
José Luis Pastor Pradillo
Maestro de Enseñanza Primaria, Licenciado en Educación Física, Licenciado en Psicología. Doctor en Ciencias Sociales. Doctor en Ciencias de la Educación. Profesor Emérito de la Universidad de Alcalá. Ex Director de la Revista Española de Educación Física y Deportes.
REFLEXIONES SOBRE ALGUNAS NOCIONES BÁSICAS: EL MOVIMIENTO (I)
Dr. José Luis Pastor Pradillo
La Educación Física moderna, desde su nacimiento a finales del s. XVIII, no concedió demasiada importancia a las posibles significaciones que pudiera albergar tanto el cuerpo como el movimiento. El cuerpo parecía tan obvio que no demandaba mayor reflexión que aquella que permitía los escasos conocimientos que, sobre su funcionamiento, existían en la época. Por esa razón la base de esta nueva Educación Física se apoya sobre criterios puramente anatómicos. Su influencia parecía centrarse sobre la estructura esquelética y, quizá esa fuera una de las razones de su inclusión en la escuela, pretendiendo evitar con el ejercicio físico las deformaciones esqueléticas que, con toda seguridad, habrían de producir en el niño las largas sesiones sentado en su pupitre.
El movimiento, en cualquier caso saludable, producía sus efectos beneficiosos por el mero hecho de su ejecución. Desconociendo aquellos gimnasiarcas las mínimas nociones de fisiología del esfuerzo se esforzaban por diseñar todo tipo de artilugios y cachivaches convencidos que la destreza o habilidad conseguida con su uso era directamente proporcional a los efectos benéficos que reportaban[1]. En consecuencia, la clasificación de los movimientos y la identificación de los objetivos se realizaba en referencia a este tipo de prácticas. En los índices de las metodologías de esta época puede comprobarse como se distingue entre ejercicios de bastón, trapecio, octógono, anillas, paralelas, perchas, etc.
Desaparecidos estos artefactos de los gimnasios modernos, la comprensión del movimiento quedó reducida a un ejercicio susceptible de producir, fundamentalmente, efectos anatómicos y fisiológicos, es decir, orgánicos o físicos. Sólo desde ámbitos minoritarios se ensayarán otras posibles perspectivas para entender los dos conceptos, cuerpo y movimiento, desde un modelo antropológico global y unitario que considerara la relación existente entre ambos como el objeto de estudio y el elemento identitario fundamental de la Educación Física.
Si no se puede ocultar la importancia que lo corporal adquiere en el ámbito de la Motricidad, tampoco es posible ignorar el carácter polisémico del movimiento[2]. Es falsa, a nuestro juicio, la hipotética disputa entre quienes basan la construcción del método en la elección de un determinado modelo de movimiento y aquellos otros que parten del análisis de la significación de lo corporal. Nosotros preferimos utilizar la noción de lo corporal como el elemento inicial que de sentido al movimiento en tanto que expresión del Yo en su proceso adaptativo. Sólo cuando haya sido resuelta la cuestión que determina el entendimiento que en cada caso se sustenta sobre la corporalidad, sobre cuáles son las relaciones estructurales que definen esta noción, donde se ubica el Yo, podremos abordar el análisis del movimiento que ahora se entenderá como conducta. Y lo que es más importante para nosotros, será factible la identificación de los objetivos que propongamos, tanto si nos interesa seleccionarlos alrededor de lo corporal, si lo hacemos en referencia exclusivamente al movimiento o si, finalmente, consideramos ambos conceptos imprescindibles para identificar los fines de la intervención desde la motricidad.
En todo caso, desde nuestro punto de vista, la noción básica acertada y original coincidiría con ese cuerpo que para Zubiri es, ante todo, una “realidad sustantiva” en la que espíritu y cuerpo son dos principios irremediablemente unidos. En esta unión el alma es corporal desde sí misma y el cuerpo es también anímico. Se trataría, por tanto, de una unidad y no de una unificación. También, situándolo en un contexto circunstancial y real, como hace Merleau-Ponty, reconocemos en el cuerpo una categoría dialéctica en tanto que mediador con el mundo. Respetando la intimidad humana y negándose a asumir explicaciones reduccionistas, este filósofo afirmará que “el cuerpo es el vehículo del ser en el mundo y poseer un cuerpo es, para un viviente, conectar con un medio definido, confundirse con ciertos proyectos y comprometerse continuamente con ellos”. Su carácter mediador permitirá que la intimidad humana actúe, se proyecte y “vaya formalizando práxicamente su mundo” y la perpetua autoconstrucción y autodestrucción interna del esquema[3].
1. La noción de movimiento
En el proceso de evolución conceptual y terminológico que estamos describiendo se ha pasado de la exclusiva consideración del movimiento, a convertir la conducta en el objeto principal de su campo de estudio. Cada uno de estos términos posibles (movimiento, acción, conducta o comportamiento motriz) plantea perspectivas distintas y, sobre todo, conceptualizaciones de su significación y trascendencia absolutamente dispares. Todos ellos describen un amplio margen en el que tienen cabida desde el entendimiento restringido de una descripción puramente cinética o biomecánica hasta la manifestación expresiva de la compleja estructura psicomotriz a través de la cual el hombre concreta su presencia en el mundo. Creemos que en la actualidad el término movimiento ya no expresa el simple desplazamiento de un segmento corporal o de todo el cuerpo como consecuencia de una acción sinérgica de los músculos esqueléticos. La significación del movimiento, entendido desde una perspectiva unitaria y global, coincide con el concepto de conducta y, como consecuencia, incluye a la totalidad de los ámbitos de la estructura psicomotriz. Quizá por eso nos produzca cierto recelo el uso del término “conducta motriz”. Así formulado parecería que pudieran existir conductas donde solo interviniera la acción muscular, que solo buscaran la resolución biomecánica ignorando al resto de los elementos, cognitivos, afectivo-emocionales, simbólicos o sociales que suelen estar implícitos en el diseño y ejecución del comportamiento. Sin duda, este planteamiento no sería sino una nueva ejemplificación del modelo dualista
Nosotros, para definir las principales orientaciones metodológicas de la praxis psicomotricista, partimos de una permanente consideración de la relación establecida entre el hombre y su medio como situación que sirve de elemento de dinamización de la conducta y desencadenante de efectos concretos en el proceso evolutivo.
Como hemos advertido anteriormente, este concepto rebasa el viejo modelo biomecánico y en él se intenta representar la nueva valoración que contiene el término conducta que se concreta en función de las posibilidades de actuación que los distintos mecanismos corporales permiten. Al mismo tiempo, el tono muscular se constituye no solo en la trama del movimiento sino también en el principal elemento ejecutor y expresivo para construir el comportamiento. Esta noción, dependiendo de cuales sean los intereses que inspiren su descripción o su aplicación metodológica, se intenta formular de manera más o menos global aun cuando, en nuestra opinión, semejante labor no deje de representar serias dificultades.
La corriente cognitivista, que actualmente parece ser considerada como la portadora de paradigmas indiscutibles, describe su propuesta desde distintas versiones que ofertan diferentes módulos para describir el mecanismo de la conducta como un proceso basado en el tratamiento de la información sensorial. A nosotros nos parece que estos esquemas no agotan el análisis de todas las facetas del complejo que denominamos comportamiento aunque también hemos de admitir el acierto con el que analizan algunos de sus aspectos integrantes.
Por lo que se refiere al diseño metodológico de la intervención, nos parece que puede ser útil para responder a las necesidades de la versión de la praxis psicomotricista que Le Camus calificaba de “ortopedista” aunque debería ser complementada con aquellos aspectos que tanto interesan a la versión “psicoanalista” facilitando así la inclusión de los aspectos cognitivos y emocionales que integran la totalidad de la estructura psicomotriz.
Por tanto, y aunque más tarde debamos analizar distintas dimensiones y explorar perspectivas diferentes, ahora nos parece necesario hacer una mínima referencia a la relación sensorio-motriz en que se fundamenta la conducta.
2. La relación sensorio-motriz como fundamento de la acción
Resumir la conducta a una mera relación causa-efecto producida entre un estímulo y una respuesta no solo representa una simplificación excesiva sino que, además, se identifica con un modelo conductista superado ya en todos los ámbitos científicos. Una perspectiva más global exige la consideración de nuevos elementos y la valoración de otros aspectos dentro de un análisis de carácter holístico. Son necesarias otras interpretaciones del componente sensorial y otra forma de entender la manifestación motriz. En adelante el carácter informativo o cibernético del componente sensorial y el significado conductual de la manifestación motriz serán los que determinen la comprensión de las nuevas propuestas de esquema.
Si entendemos que la circunstancia adaptativa, cualquiera que sea su naturaleza, siempre se ajusta a un esquema donde se estructuran las relaciones interactivas y dialécticas que se establecen entre el organismo y el medio, las estrategias de intervención que puedan diseñarse o las distintas técnicas que en ella se empleen han de tender, en primer lugar, a dar valores a ambos miembros de la ecuación compuesta por el organismo y el medio (O-M). Para ello se requiere un variado conocimiento de ambos que, en cada caso, destacará distintos valores o reconocerá a diferentes aspectos una trascendencia singular dependiendo de cual haya sido el compromiso doctrinal de partida.
El planteamiento que inicialmente proponemos para justificar la lógica de la intervención se apoya en el convencimiento de que, en la interacción establecida entre el organismo (O) y su medio (M) siempre prima una intencionalidad adaptativa que se pretende llevar a la práctica mediante la producción de unas conductas entre las que, al menos para nuestros fines, nos interesan especialmente aquellas que se manifiestan de manera dinámica y en las que el movimiento desempeña un papel fundamental.
Por tanto, utilizando estos elementos o estas funciones, el esquema inicial también podría ser interpretado como la relación establecida entre unos procesos cognitivos que se nutren de una variada información sensorial y la expresión de una conducta cuya solución, en gran medida, también vendrá condicionada por el tratamiento otorgado a la información que de la situación o circunstancia se consiga.
El proceso evolutivo se manifestará en este esquema por un progresivo aumento de la capacidad de analizar la información y por una mayor modulación de la respuesta motriz con relación a esa mayor sutileza informativa. El fin de cualquier procedimiento de intervención no sólo será de carácter educativo sino que, básicamente, pretenderá interferir en este proceso sensorial perfectivo para, como consecuencia de un mejor ajuste motor o del desarrollo de las aptitudes potenciadoras del proceso, conseguir una mayor eficacia adaptativa, una mayor plasticidad conductual y, como consecuencia, la ampliación de la disponibilidad del individuo.
En la medida en que el proceso evolutivo se produce, la capacidad perceptiva se perfecciona, exigiendo entonces una diversificación del repertorio de respuestas de que es capaz el sujeto que posibilite conductas más específicas y especializadas. Este proceso perfectivo se produce, básicamente, como consecuencia de dos factores que, en todo caso, se corresponderían con la tradicional diferenciación establecida entre el genotipo y el fenotipo. Los dos mecanismos responsables en mayor medida de este desarrollo son, por una parte, la maduración del organismo y el aumento de la capacidad funcional de todos sus sistemas y, por otra, los efectos de la experiencia como elemento de autorregulación.
Este carácter autoconstructivo requiere de una dinámica de acción que, en primer lugar, implica la necesidad de obtener una información que fundamentalmente procede de interacciones e intercambios del organismo con su entorno. A este proceso P. Vayer y P. Toulouse lo calificaban de “dinámica corporal”[4] y, en su opinión, pondría de manifiesto que el individuo no es cuerpo y psique sino, como diría F. Buytendijk, “un movimiento existencial” o conjunto de sistemas de información y de comunicación abiertos al mundo[5].
Por tanto, resumiendo todo lo hasta ahora expresado, podríamos afirmar que antes de iniciar el diseño metodológico de un procedimiento de intervención es necesario prever la plataforma teórica en la que ha de sustentarse. Y de esta manera, si el movimiento lo entendemos como una conducta que se describe como un fenómeno sensorio-motriz, resulta evidente que el constructo con el que lo definamos ha de ser el resultado de un compromiso conceptual imprescindible para su estudio y, en ese caso, habría que recordar que tanto el elemento psicológico como el componente motor pueden admitir diversas interpretaciones. Algunos autores advierten que el objeto de estudio no ha de ser lo psicomotriz, ni siquiera lo psico-motriz. En la Motricidad, entendida como expresión de la conducta o resultado de un proceso unitario, sólo como fórmula de sistematización de sus componentes será posible distinguir aisladamente alguna de sus dimensiones o alguno de sus elementos. Desde esta perspectiva, refiriéndonos a la Motricidad, también es posible identificar distintos modelos u ofertas de explicación del proceso conductual[6].
3. Teoría homeostática del movimiento
Bajo el ambiguo concepto de adaptación se incluyen fenómenos y dinámicas muy diversas, al menos, en sus manifestaciones formales. Sus consecuencias servirán para apoyar la alusión a un modelo de proceso de evolución de inspiración darwiniana susceptible de ofrecer a la especie humana la posibilidad de elaborar un proyecto, siempre inconcluso, en el cual la plasticidad característica del hombre permitirá diseños inéditos e imprevisibles que afectarán tanto a su dimensión biológica como a cualquier otra.
Así pues, bajo el término polisémico de adaptación, en principio, podemos ubicar aspectos aparentemente muy diversos en su manifestación pero en los que, finalmente, en todos los casos, subyace un fin de carácter rotundamente homeostático que, de manera permanente, pretende solucionar el equilibrio inestable que a lo largo del tiempo caracteriza la relación del hombre con su mundo. Para resolver esta situación el recurso de cualquier especie animal, y también del hombre, no es otro que el de realizar acciones, conductas, de las que indefectiblemente el movimiento es un componente fundamental. En opinión de Picq y Vayer, como consecuencia de estos comportamientos, el organismo procede a ordenar su interacción con el medio donde se ubica estructurando esta nueva ordenación con las relaciones que específicamente establece consigo mismo, con el mundo de los objetos y con el mundo de los demás.
La única solución posible a esta relación dialéctica ha de ser la consecución del fin adaptativo que se intenta alcanzar mediante la ejecución de determinadas acciones, movimientos o conductas. La adaptación, conseguida al recuperar el equilibrio inicialmente establecido entre el organismo y su medio, únicamente es posible mediante un proceso de doble dirección según el cual uno de los miembros de la ecuación se adecua a las exigencias o circunstancias del otro. Jean Piaget denomina a estas dos operaciones como “acomodación” o “asimilación” según si el organismo se organiza en función del medio o si se modifica el medio en función de las aptitudes del organismo.
Para conseguir diseñar estas relaciones se necesita conocer cuántos elementos intervienen en su definición. La aportación de los datos, estímulos y situaciones que definen al mundo y al mismo organismo es imprescindible para la consecución de conductas que permitan al organismo su adaptación eficaz. Después, para determinar estas relaciones, para explicar la razón de su propia existencia, para adquirir conciencia de él mismo y del mundo, para diseñar los recursos y fórmulas que le permiten su adaptación al medio o la adecuación del mundo a sus necesidades, el hombre desarrolla un repertorio conductual, individual o colectivamente, cuya concreción se manifiesta de forma diversa. La creación cultural, la búsqueda de respuestas trascendentes, su tendencia lúdica, la pulsión de experimentar placer o la necesidad de cerciorarse de su propia existencia, por ejemplo, generarán diversos procedimientos donde, de manera constante, podemos identificar el componente tónico que en ocasiones, incluso, es el único que hace posible su expresión.
Así pues, entenderemos el comportamiento de los seres vivientes, y del hombre, como una respuesta a los estímulos que provienen del exterior, del medio, y también de él mismo. Estas respuestas adaptativas poseen, ante todo, la finalidad de mantener o restituir el equilibrio en la relación que se establece entre el organismo y su entorno ya que este se encuentra constantemente amenazado por distintas variables de origen tanto exógeno como endógeno.
La apreciación, valoración y percepción de estas variaciones y de desequilibrios, así como de los efectos de las acciones que el organismo desencadena como respuesta a estas circunstancias, siempre se realiza de manera subjetiva por lo que el resultado de los intentos adaptativos puede ser o no adecuado para el mantenimiento de la relación homeostática o para su restablecimiento. Estos intentos, que generalmente se manifiestan mediante actos motores, como ya hemos dicho, vendrán determinados por la intervención de dos tipos de causas: de origen exógeno o conjunto de estímulos ambientales y sus variaciones; y de origen endógeno o estado psicofisiológico del mismo organismo que posibilita una gama específica de actividades.
Es precisamente este estado psicofisiológico el que también determina, de forma decisiva, las posibilidades de acción del organismo. Todas las acciones que componen el conjunto de su comportamiento serán distintas según cuál sea la edad, el estado o el nivel de maduración y de desarrollo del organismo, la motivación o las necesidades, por ejemplo, que definan el momento evolutivo o existencial del organismo.
Partiendo de este planteamiento, generalmente, suelen distinguirse dos tipos de conducta según cuál sea el nivel en que se desarrolla la actividad que genera: instintiva o innata y adquirida. Por una parte, un comportamiento innato cuya motivación y forma de expresión están determinadas por fórmulas y exigencias que, ajenas a la voluntad o a la acción cognitiva del sujeto, solicitan una determinada manera de satisfacción. Cuanto mayor sea la carga instintiva del organismo menor será la variabilidad, la plasticidad, de su conducta cualquiera que sea su resultado. Konrad Lorenz, desde sus observaciones sobre la conducta animal, describe la actividad instintiva como una manifestación “innata, independiente de la experiencia individual y sometida al determinismo de unos factores motivadores internos y de unos estímulos externos que actúan como desencadenadores de la conducta”[7]. Determina así una “adaptación filogenética” desde una información contenida en el código genético de toda la especie.
Por otra parte, cuanto mayor sea la participación cognitiva en la motivación conductual más flexible y más plástica será su expresión y, como consecuencia, aumentará la capacidad y eficacia adaptativa. Se podría concluir, por tanto, que la adaptación de un organismo a su medio se obtiene como resultado de dos tipos de procedimientos:
– Como resultado de la adaptación filogenética producida mediante la actividad instintiva.
– Como resultado de la adaptación producida por acciones que por medio de la experiencia individual son acumuladas en el repertorio conductual en forma de memoria.
Dependerá, por tanto, de cómo se interprete la noción de movimiento para que, como consecuencia, pueda determinarse su intervención, su presencia o su significación como elemento integrante del comportamiento humano. No obstante, exista o no movimiento, si por tal entendemos el desplazamiento segmentario en el espacio, siempre estará presente el elemento que constituye la trama con la que se construye: el tono. Quizá por eso, cuando la Psicomotricidad reivindica como objeto de su intervención al hombre entendido de manera global y unitaria, cuando incluye entre sus objetivos no solo las manifestaciones motrices sino también las afectivas y anímicas, será inevitable atender a ciertos componentes tan fundamentales que, como el tono, mantienen su presencia en todos los ámbitos de manera permanente e ineludible. Aun en aquellos casos en que el movimiento aparentemente no intervenga como elemento integrante de una conducta, siempre podría apreciarse una variación tónica que, a menudo, se revelará como un eficaz recurso homeostático y adaptativo.
Reduciendo el significado del movimiento a su expresión más mecanicista, como simple desplazamiento del cuerpo o de uno de sus segmentos en el espacio, sólo interesaría su análisis desde la polaridad acción-no acción o, si se quiere, contracción-distensión, simplificando y reduciendo su comprensión a un mero fenómeno anatomo-fisiológico. Así se constituiría una conceptualización segmentaria donde sólo tendría cabida una pequeña acepción de la posible significación total del movimiento. Aceptar este planteamiento limitará, después, las posibles perspectivas para su estudio, los ámbitos de su aplicación o los contenidos que agoten la totalidad de su significado. Sólo cuando la Educación Física dejó de entender el movimiento como una mera resultante biomecánica, fue cuando pudo romper los estrechos límites que la recluían en la estructura exclusivamente técnica y de enunciados analíticos de los métodos tradicionales para, a continuación, poder aspirar a constituirse, ella misma, como una ciencia capaz de poseer un objeto de estudio propio desde el que aplicar sus postulados a distintos ámbitos de actividad o a diferentes campos de actuación.
Por esto es por lo que creemos que debe destacarse que el tono, esa básica acción biomecánica que constituye la trama del movimiento, siempre estará presente en cualquier conducta o acción adaptativa. Habida cuenta de que la adaptación permite diferentes soluciones, la concreción expresada en la polaridad intencional “acción-no acción” se constituirá, en cualquier caso, con los recursos tónicos que permiten las alternativas que ofertan la contracción y la decontracción. Se manifiesta así el tono muscular como la estructura básica sobre la que construir cualquier tipo de comportamiento adaptativo ya sea este de carácter transitivo o expresivo.
Eso y no otra cosa es lo que se intenta describir al identificar las funciones del tono. El tono de reposo, el postural o el de acción, por citar sólo sus manifestaciones más significativas, cumplirán diferentes funciones que permitirán distintas soluciones adaptativas y harán más eficaces los comportamientos, las acciones o la inhibición del movimiento del individuo.
Somos conscientes de la inexactitud del binomio “acción-no acción” especialmente si lo formulamos tomando como referencia el tono muscular ya que cada una de las posibilidades requiere una determinada modificación del estado de contracción de la fibra muscular que, en todo caso, podría interpretarse como una acción en sí misma. Nuestra intención al emplearlo, a falta de una alternativa semánticamente más exacta, pretende resaltar las dos apariencias más básicas del movimiento en cuanto a lo que, como desplazamiento en el espacio, supone una conducta. Sin embargo, cuando formulamos este planteamiento somos conscientes de que la eficacia adaptativa exige, con idéntica justificación, que en unas ocasiones la conducta integre un desplazamiento y que, en otras, utilice la inhibición del movimiento. Igualmente, también tenemos presente que cualquier movimiento, cualquier acción transitiva, es el resultado de un compromiso sinérgico que, al mismo tiempo que requiere la contracción de determinados músculos, exige la decontracción o la elongación de sus antagonistas. Más adelante podremos matizar esta descripción según vayamos integrando nuevos elementos que superen esta formulación de partida que, sin duda, puede considerarse excesivamente mecanicista, o cuando analicemos las interpretaciones que de ella se han realizado desde las distintas corrientes psicomotrices.
Podríamos resumir el enfoque homeostático del movimiento aplicando sus planteamientos a un concepto que supera el significado más tradicional del movimiento. Como H. Wallon, nosotros pensamos que entre el acto motor, el movimiento, y la representación mental, se sitúan todas las relaciones posibles entre el organismo y su medio. Entendiéndolo así, podría afirmarse que todas las acciones poseen un origen común ya que siendo inicialmente una reacción motriz frente a la realidad material, después, se transforman en acciones físicas, perceptivas o mentales.
3. El concepto de movimiento
Desde una perspectiva unitaria no se puede ignorar la realidad que evidencia el paulatino desplazamiento del término cuerpo para ser sustituido sucesivamente por una larga lista de vocablos equivalentes. Desde el término “cuerpo” hasta el de “corporeidad” se extiende un dilatado proceso empeñado en resaltar diversos aspectos pretendidamente exclusivos y característicos del género humano.
Igualmente, la elección terminológica también puede ser reveladora de la perspectiva o de la conceptualización que del movimiento se efectúe. Acción, movimiento, conducta o comportamiento no siempre son considerados como denominaciones equivalentes. Cada una de ellas incluye contenidos distintos y, en cada caso, se sugieren procedencias diferentes o se desvelan puntos de vista diversos. El movimiento, tal y como lo entiende el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, “cambio de estado de los cuerpos mientras cambian de lugar o posición”, no satisface una concepción coherente de cuanto es capaz de expresar lo corporal o la corporeidad. En esta tesitura se desenvuelve la Asociación Española de Motricidad Humana cuando afirma que tanto la corporeidad como la motricidad son atributos exclusivos del hombre y, para justificarlo, recurriendo sobre todo a una argumentación filosófica inspirada en Zubiri, define la corporeidad como la “vivenciación del hacer, sentir, pensar y querer de manera que se puede identificar corporeidad con humanes ya que el ser humano es y vive sólo a través de su corporeidad”[8].
En este planteamiento se sustituye movimiento por una motricidad que se concibe como la “vivencia de la corporeidad para explicar acciones que implican desarrollo de lo humano”. Sin entrar en consideraciones sobre lo que pudiera constituir un antropocentrismo excesivo que convierte en redundante su misma denominación, es conveniente resaltar que, como resultado de estas reflexiones, esta asociación propondrá la sustitución, por una parte, del término Educación Física por el de Paidomotricidad, reduciendo así el período de duración del proceso educativo del hombre a la infancia y, por otra, el vocablo movimiento por el neologismo “motriceo”[9].
Todas las corrientes, psicológicas o deportivas, cuando se enfrentan al análisis del movimiento o de la acción, inicialmente, pretenden aclarar aspectos muy fundamentales. Dependerá del enfoque que utilicen o del contexto con que lo arropen para que se evidencien distintas perspectivas y modelos. A este respecto, H. Montagner afirma que los psicólogos del desarrollo intentan comprender dos mecanismos[10]:
– Mecanismos de preparación para la acción, de la acción en sí y los de corrección de esta última a medida que el niño va descubriendo su entorno físico.
– Los mecanismos anteriores con respecto a los demás y, como resultado de la regulación de los intercambios sociales, en función del contexto y de las experiencias individuales vividas sucesivamente.
Así mismo, los elementos y mecanismos que rigen el desarrollo de la motricidad se ajustarían al siguiente esquema:
– Esqueleto tónico a través del cual se expresan y regulan las emociones.
– Capacidad de autoconstrucción de la acción.
– Capacidad de autorregulación de la acción.
Este esquema se manifestaría a través de tres niveles funcionales:
– Regula las primeras relaciones niño-mundo.
– Analiza e integra las informaciones específicas de cada sentido.
– Programa y finaliza comportamientos.
Esta perspectiva, aceptable para la mayoría de las corrientes psicomotricistas, permite la inclusión de la personalidad como objetivo de su intervención. La sustitución del concepto inicial de “organismo-cuerpo” por el concepto psicológico de “Yo” muestra una perspectiva distinta para la Educación Física. En ella, el movimiento adquiere significados inéditos que describen al movimiento como conducta. No será sino la repetición de comportamientos lo que define la personalidad.
Carl Rogers describe la construcción de la personalidad con una teoría que encontrará en la relación del individuo con el medio el principal motivo de acción. En la descripción de su formación, Rogers destaca tres momentos y mecanismos principales:
– El nacimiento, donde determinadas capacidades primarias permiten al individuo sobrevivir como organismo: un sistema de motivación que contiene una tendencia a la actualización que va más allá de una satisfacción de las necesidades fisiológicas y; un sistema innato de control, de carácter cibernético (el proceso de evaluación organísmico).
– Al enfrentarse consigo mismo y con el mundo, el niño vive la experiencia de su Yo. En esa circunstancia se establece la relación experiencia-realidad.
– Organización del Yo y relación con el otro. De la relación que establece el Yo con determinadas personas y criterios, el niño obtiene referencias y modelos.
Y, por otra parte, como consecuencia de esta relación y de la presencia del otro deducirá una imagen propia en la que algunos han pretendido insertar otras nociones como son la de autoimagen y autoconcepto. La teoría de C. Rogers se completa con la de Pikler, según la cual[11]:
– Todo individuo posee una tendencia inherente a actualizar las potencialidades del organismo.
– El individuo es capaz de representarse su propia experiencia de forma correcta.
– El individuo siente una necesidad de consideración positiva por parte del otro.
– El individuo siente una necesidad de consideración positiva de sí mismo.
Coincidiendo con P. Vayer, considera Rogers que la construcción de la persona requiere de una estructuración que se realiza a partir de datos preexistentes, de origen somático, que se actualizan en un contexto de relaciones. Esta autoconstrucción necesitará, indefectiblemente, que el individuo sea sujeto de su acción, de manera que obtenga, por una parte, experiencias y, por otra, su inserción en el mundo de la comunicación que es quien le da significado. En definitiva, para este psicólogo, “el funcionamiento psíquico es óptimo cuando la necesidad de consideración de sí mismo y la consideración positiva del otro coinciden con la evaluación autónoma organísmica”, lo cual descubre nuevas perspectivas en las que poder fundamentar cualquier reflexión que justifique la presencia y la función de la motricidad. Este planteamiento y la relación que entre sus elementos propone invita especialmente, como ha ocurrido en el caso de la corriente psicomotriz encabezada por Pierre Vayer, a deducir muchos de los objetivos que de manera ambigua, superficial, sin apenas argumentos, casi como meros ejercicios de voluntarismo, había estado reclamando la Educación Física e, incluso, algunas de las interpretaciones de la intervención psicomotriz en el ámbito escolar.
Existen, por consiguiente, unos amplios márgenes taxonómicos y epistemológicos en los que situar los distintos proyectos de intervención desde la motricidad según cual sea la interpretación y el significado que se atribuya a cada uno de los dos conceptos, el cuerpo y el movimiento; conceptos que, inicialmente, consideramos como elementos fundamentales y de los que inevitablemente ha de partir la comprensión que, en cada caso, se realice de la Educación Física, de la Motricidad y de las relaciones que entre ambas se establezcan: desde el cuerpo, a lo corporal, la corporalidad y el Yo; y desde el movimiento a la motricidad, la acción y la conducta.
Igualmente, la mayoría de los psicólogos llegan a la conclusión de que los efectos producidos por la experiencia del movimiento son el principal principio activo provocador del proceso de autoconstrucción del individuo. La Gestalt basa la experiencia corporal en la conciencia de uno mismo o Yo. En esta escuela psicológica, la experiencia del cuerpo es experiencia del sí mismo (Yo) al igual que ocurre con el pensamiento, la imaginación y las ideas. El ser corporal es intrínseco a la relación con nuestro mundo y forma una base para el contacto con nuestro entorno tanto físico como especialmente humano, de modo que podamos satisfacer nuestras necesidades y crecer[12].
En el modelo gestáltico del desarrollo humano, el crecimiento y la formación del sí mismo se dan a través del contacto (interacción) con el entorno. En ese contacto, la acción muscular es un componente intrínseco de cualquier intercambio con nuestro medio. Y así, a través del movimiento expresamos sentimientos, manipulamos y conformamos el mundo y nos relacionamos con los demás. La organización del cuerpo y del sí mismo (Yo), que ocurre como consecuencia de esta interacción dialéctica establecida entre el Yo y el mundo, se construiría como consecuencia de integrar:
– Una estructura corporal biológica que se forma de acuerdo con las leyes mecánicas y físicas de orden biológico.
– Una estructura corporal adaptativa que utilizando posturas, posiciones, tensiones y movimientos, en gran parte fruto de la experiencia, consigue variaciones personales en el contexto de nuestra adaptación y ajuste creativo a nuestra experiencia vital personal.
En la Gestalt, el movimiento se concibe como una parte del ciclo total de funcionamiento organísmico que no ocurre independientemente de la sensación, la conciencia y el contacto. El movimiento no se produce como un proceso mecánico aislado, sino que es parte de un ciclo más amplio de la autorregulación organísmica que permite, como funciones más importantes, por una parte, la manipulación del entorno y, por otra, la expresión del sí mismo (Yo) a través de todo el repertorio emocional.
Desde otra perspectiva doctrinal, la escuela bioenergética, de la que los planteamientos de Stanley Keleman serían un claro exponente[13], propone la existencia de un principio organizador, que es propiedad innata del ser vivo, mediante el cual se realiza la constante búsqueda de un orden. En este proceso el movimiento básico tiende hacia la “forma” tanto común como individual. Formar, por tanto, requiere organización.
Algunas otras propuestas de carácter psicomotriz, como la Psicocinética de Jean Le Boulch, han resuelto esta necesidad de redefinición del movimiento con la adopción de la noción de “praxia” entendida como una coordinación motriz diseñada y realizada en función de un resultado, lo que implicaría la inclusión, en este análisis conceptual, de dos nuevas nociones: la intencionalidad y la motivación.
Llámese motivo, pulsión, instinto, necesidad, pulsación, etc., en todos los casos también se estaría haciendo alusión a un componente emocional en la conducta de manera que, en adelante, ésta debería ser entendida como un proceso multidimensional formado por varias clases de motivos sobre los que Maslow, por ejemplo, no es partidario de inventariar una lista, aunque sí admite un proceso de jerarquización que los relaciona, en primer lugar, con aquellas necesidades humanas básicas de naturaleza fisiológica, para después, pasando por la seguridad, el amor, la atención y la correspondencia, llegar hasta la estimación basada en la autoestima y el prestigio[14].
En definitiva, con la noción de praxia se introduce la intencionalidad como elemento cualificador del movimiento. No será ya extraño que Jean Le Boulch defina su psicokinética como una ciencia del movimiento. Al rechazar el modelo biomecánico tan habitual en la Educación Física tradicional de entonces, ya no podrá considerar el movimiento “como una forma en sí”, sino como una manifestación “significante” de la conducta de un hombre. Sosteniendo que la unidad del ser sólo puede realizarse en el acto que él inventa, afirmará que su significación ha de estar en relación con la conducta del ser en su totalidad. Entenderá la conducta como una unidad significativa de todo un conjunto en la que cada uno de los elementos de la respuesta sólo tiene sentido por estar comprendido en el proceso global. Por tanto, para él, las praxias serían actos intencionados que se dirigen a un determinado ambiente[15].
Posteriormente, Pierre Parlebas llegará aún más lejos cuando afirme que el movimiento corporal ya no debe aparecer más como una mecánica al servicio de una intención, sino como un comportamiento complejo, indisociable de múltiples referencias, a la vez abstracto y concreto.
Así pues, incluso sin necesidad de llegar a entrar en el ámbito de la Psicomotricidad para justificarlo, puede advertirse cómo sólo el movimiento se constituye en el referente que identifica a los técnicos relacionados con la Educación Física. No pudiendo reivindicar en exclusiva la corporalidad, la Educación Física reclamará el movimiento como elemento identificador y diferencial y, para justificar su pretensión, otra vez, se propondrán nuevas denominaciones. Por ejemplo, en 1968, José María Cagigal oferta otra ciencia del movimiento, cuya formulación se inspira en el diseño original realizado por el Instituto de Educación Física de Lieja, cuando sostiene que podría definir el objeto de “nuestra ciencia como el hombre en movimiento o capaz de movimiento y las relaciones creadas a partir de esta aptitud o actitud”.
Por su parte, Minc, recuperando una orientación psicosomática, advierte que el ejercicio sin participación emocional es menos beneficioso. Otorga así, a la actividad física, un importante papel en el mantenimiento de la integridad mente-cuerpo. Cercanos a esta teoría se situaron diversos autores, algunos de los cuales se han convertido en referente obligado para abordar el estudio de la Psicomotricidad: Jacobson y Schultz mediante sus estudios sobre la relajación; la perspectiva terapéutica de Selye; el mismo Minc y su consideración del movimiento como válvula de seguridad emocional; Gerda Alexander y su concepto de Eutonía; o Clarke cuando pretende establecer una relación entre el vigor físico y el aprendizaje cognitivo.
4. La significación del movimiento
En términos generales y de acuerdo con el análisis de Jean Le Boulch, podríamos encontrar tres grandes significaciones en el movimiento: la biológica, la psicológica y la social.
– La significación biológica del movimiento resalta cómo éste proporciona, en primer lugar, la certeza de la presencia de vida en un organismo y, en segundo lugar, la satisfacción de determinadas necesidades orgánicas que se resuelven mediante la ejecución de actividades de tipo adaptativo tales como las relacionadas con la defensa, la protección y la satisfacción de necesidades específicas o aquellas otras dedicadas a la exploración no específica y que sirven como traducción de la necesidad de movimientos, de información, como estimulación o como expresión y recurso comunicacional.
– La significación psicológica la concibe Le Boulch alrededor de la capacidad plástica de que el hombre es capaz cuando construye su repertorio comportamental y adaptativo gracias a la inmadurez que posee su sistema nervioso al nacer y a su capacidad para diseñar sus propias conductas y aptitudes con el uso e inspiración de su libre albedrío. Desde estos planteamientos claramente conductistas, este psicomotricista francés afirma que la plasticidad, como rasgo general del movimiento humano, se caracteriza por las siguientes funciones[16]:
. Asegura la actividad neuromotriz en función de la información sensorial que define el estímulo.
. Contiene determinados patrones de conducta que desencadena en función de informaciones sensoriales concretas.
. Filtra, analiza e integra la información sensorial para construir con ella una imagen coherente que represente un mundo adaptado a las aptitudes particulares de cada organismo.
– En la significación social, Le Boulch integra dos aspectos fundamentales de la conducta. De una parte la función expresiva que, inicialmente, estructura a partir del diálogo tónico para, después, completarla con los distintos aportes de orden cultural y social sobre los que, básicamente, organiza la relación. De otra parte, la función transitiva que permite adaptar el medio a las posibilidades y necesidades del organismo que actúa mediante su modificación.
En definitiva, de forma progresiva, en el ámbito de la ciencia moderna y también en el campo particular de la Educación Física, a medida que la información ha sido más objetiva y abundante, se ha ido desterrando la vieja percepción que definía al movimiento desde referencias casi exclusivamente mecánicas de tal modo que, como afirma S. Minc, para el hombre “el ejercicio tiene que ser más que sólo ejercicio”[17]. Con este nuevo planteamiento Occidente recuperaba la vieja perspectiva somato-psíquica que entendía el movimiento y, por tanto, la conducta como el resultado dinámico de una entidad global en cuyo diseño y resolución intervienen sus dos dimensiones: la corporal y la psíquica.
En este esquema el movimiento, o lo motor, sería el elemento común que daría sentido y coherencia a la simbiosis existente entre lo somático y lo psíquico. Aunque aún se desconocen muchos de los aspectos específicos de esta relación, cada vez parece cobrar mayor protagonismo el papel de la actividad física en el mantenimiento de la integridad mente-cuerpo. Así parece que lo evidencian las últimas aportaciones no solo de la Psicomotricidad, sino también de todas las ciencias que dedican su interés al estudio del hombre en todas sus dimensiones o manifestaciones.
En este proceso sincrético y globalizador que, al tiempo, ha ido revisando los sucesivos enunciados que de la significación conceptual y de la intervención del movimiento en la conducta humana se han ido formulando, irán imbricándose, cada vez, mayor número de elementos y de mecanismos conductuales. Desde la inicial concepción, casi absolutamente mecanicista, de la Educación Física tradicional se inicia una revisión crítica a la cual se integran, sucesivamente, la presencia del sistema nervioso, el concepto de conductas adaptativas de la Psicocinética, la relación tal y como Vayer la entiende, la vivencia que propone la corriente de la Psicomotricidad relacional o vivenciada de André Lapierre y Bernard Aucouturier y los conceptos sociales que considera Pierre Parlebas. Finalmente, en esta construcción epistemológica no se rechazará ningún contenido ampliando así el campo de estudio de las ciencias que se ocupan del movimiento o de la actividad física, al tiempo que se reconstruye la misma comprensión del movimiento, su papel, su función y su estructura. Como el mismo Parlebas afirmará, “el movimiento corporal no debe aparecer más como una mecánica al servicio de una intención, sino como un comportamiento complejo, indivisible de múltiples referencias, a la vez abstracto y concreto”[18].
En términos generales, a lo largo de este proceso, lo que verdaderamente ha ocurrido es que, en el movimiento, se han identificado tres dimensiones principales desde las cuales entender su estructura e intervenir pedagógicamente: la motriz, la cognitiva y la afectiva. A estas tres facetas suman también, como determinante de la conducta motriz, el condicionante social que otros engloban dentro del elemento de cohesión, común para todos ellos, que es la función adaptativa implícita en toda acción. Se da paso así al concepto polisémico que se identifica con la inteligencia motriz, el pensamiento motor o, lo que José Antonio Marina llama, el “movimiento inteligente”. Para este filósofo la inteligencia es necesaria tanto para la creación poética, por ejemplo, como para aquel movimiento que él califica de inteligente cuando posee, al menos, como cualidades fundamentales: su carácter voluntario y cuando integra aquellas cualidades exclusivas del hombre que son determinadas por la intencionalidad y que poseen un significado que, además, permite ser interiorizado[19].
5. Bases y atributos del movimiento
Aquí distinguimos entre movimiento y acción siendo conscientes de que aún podrían establecerse más categorías que identificaran los distintos matices que destacan las variadas interpretaciones que de este concepto pueden realizarse o los diferentes criterios que para su consideración pueden emplearse. Ambos términos están referidos a manifestaciones conductuales idénticas por lo que, quizás, el único rasgo que nos permita su diferenciación sea la intervención de la intencionalidad en el diseño y ejecución del acto motriz y, posiblemente también, la amplitud de las dimensiones intervinientes: el ámbito cognitivo, el social, el afectivo, el emocional, etc.
Esta ambigüedad conceptual justifica la variada utilización terminológica que se realiza en el campo de la psicomotricidad para designar el comportamiento motor. Dependiendo de cuál sea el interés con el que se utiliza o enjuicia el acto motor la referencia será, en cada caso, la acción, la praxia o la conducta. Nosotros, en esta ocasión, usaremos el término de conducta como generalización de cuantos matices puedan establecerse más adelante.
Hemos de considerar, inicialmente, que el concepto de actividad orientada hacia la consecución de un objetivo es la más adecuada descripción para definir los comportamientos aunque no por eso deje de incluir un contenido originalmente biológico. Según cuáles sean estos objetivos las acciones pueden clasificarse en las siguientes categorías[20]:
– Comportamientos de exploración: cuando el objetivo de la conducta es el aumento de la cantidad de información procedente del medio, el receptor puede movilizarse con este fin como ocurre, por ejemplo, en el caso de la mano que intenta captar la sensación hepática o el ojo para ampliar su capacidad de visión.
– Comportamientos de acción física: cuando la acción pretende la modificación de las relaciones físicas con el medio.
– Comportamientos de comunicación: las acciones tratan de modificar los comportamientos de otro sujeto y se basan en la emisión de información.
Esta diversidad de intencionalidades
determina la variedad de posibilidades que caracteriza el uso de aquellos
recursos y elementos necesarios para construir la conducta. Por esta razón,
también, deberemos analizar la acción desde claves diferentes que puedan
desvelar los distintos factores determinantes de su ejecución. Asumiendo como
base de la explicación de la conducta humana el modelo adaptativo, creemos que
la respuesta (R) no será sino la consecuencia de un gran número de factores que
abarca desde el mismo estímulo desencadenante de la conducta hasta la eficacia
de ejecución de la acción.
En el gráfico anterior pueden distinguirse, al menos, cuatro momentos distintos en los que, dependiendo de cuál sea la naturaleza o las características de las variables intervinientes, el resultado del proceso, la respuesta (R), puede variar:
– La asunción y aferencia de los datos sensoriales (sensación). Esta información (s) es aprehendida a través de los receptores sensoriales externos (oído, gusto, tacto, vista y olfato) e internos (kinestésico, propioceptivo, laberíntico, plantar, etc.)
– El análisis, la selección y la ordenación de estos datos referidos tanto al estímulo de origen exógeno como endógeno, el propio organismo a través de un proceso perceptivo que configura una particular y subjetiva reconstrucción del mundo (S). Esta reconstrucción del estímulo, esta imagen, que no tiene por qué ser coincidente con el mundo objetivo, suele estar más o menos distorsionada por los factores psico-emocionales y afectivos que intervienen en el proceso cognitivo y de diseño de la respuesta (S.n).
– La ejecución posterior de este diseño conductual, de la respuesta (R), dependerá de las características específicas, de las aptitudes, del estado de forma, de la funcionalidad concreta que en ese momento caracterice al órgano ejecutor y, por tanto, de la medida en que se ajuste al formato motor elegido previamente (R.n.). No obstante, este formato de conducta no tiene por qué ser en todos los casos el más acertado. Decidir como estrategia de desplazamiento el supuesto vuelo producido por la acción de agitar los brazos no solamente sería ilusorio e ineficaz para un hombre sino que, además, también habría sido desacertada su elección, ya fuera por una mala interpretación de los datos referidos a la capacidad motriz del sujeto (S.N.), como por una errónea elección de la respuesta dentro de las posibilidades que su repertorio motriz le permite; en otro caso, para encaramarse a un autobús por ejemplo, la misma respuesta, un salto hacia adelante, puede ser una estrategia que se manifiesta como acertada a los 18 años y una elección ineficaz si la ejecuta un octogenario.
– Finalmente, mediante un mecanismo de control de los resultados de la acción, el organismo recibe información de los efectos de su conducta (R) de tal manera que estos nuevos datos le permiten complementar la imagen inicial y, como consecuencia, modificar la ejecución para que la respuesta se adecue más al formato motor elegido o por el contrario, en caso de fracaso, se inhiba y así sea mayor su eficacia adaptativa. Esta función de “ajuste”, como la denominaría Le Boulch, no solo implica la modificación de la respuesta en función de la eficacia de su ejecución, sino que la información de retorno que genera permite una más completa y exacta comprensión del estímulo y de las posibilidades y disponibilidad conductual del organismo ejecutor. Esta experiencia permitirá prever los resultados de una determinada conducta así como el conocimiento del estímulo sin necesidad de recurrir a un análisis de sus cualidades físicas. Inicialmente, por ejemplo, los objetos han de ser explorados mediante diversos canales de información (tacto, vista, etc.) y experimentadas sus cualidades (apariencia, peso, textura, rigidez, etc.) hasta completar una imagen compleja; más tarde todas estas características pueden ser inferidas únicamente por una sola información, la visual por ejemplo.
Pero en cualquier caso, la acción en sí misma puede variar según cuáles sean los atributos que la definan. Una vez diseñado el modelo de conducta, la acción que constituye la respuesta (R) puede concluirse de diversas maneras. Cuando todos los miembros de un mismo equipo pretenden reproducir el mismo gesto difícilmente el resultado es exactamente igual en todos los casos. En la medida en que este movimiento es más complejo, ni siquiera un mismo individuo es capaz de reproducirlo con exactitud en los diversos ensayos. De estas diferencias, por mínimas que sean, a menudo depende la eficiencia de una conducta o su éxito adaptativo.
La diferente eficacia que se demuestra en la ejecución de una conducta radica en la distinta calidad de las aptitudes que definen la “performance” de cada sujeto y, como consecuencia, en los atributos que califican su la acción. Según cuáles sean los intereses o cuál la perspectiva adoptada por quienes realizan la identificación de estos atributos del movimiento su enumeración muestra notables discrepancias, si bien la mayoría de los estudios concuerdan al admitir los siguientes factores: la coordinación, el ritmo, la flexibilidad, la velocidad, la agilidad, el equilibrio, la fuerza y la resistencia. Es evidente la orientación mecanicista de esta selección, por lo que no ha de resultar extraño que en el seno de la psicomotricidad, en la misma medida en que fue ampliando su interés por un mayor número de dimensiones de la conducta humana, surgieran críticas y alternativas a este planteamiento. M. Moston, en 1960, incluyó las habilidades perceptuales, las oculares y la memoria mencionando, específicamente, la coordinación gruesa, la coordinación óculo-manual, las traslaciones espacio-temporales, la postura, la lateralidad, la imagen corporal, los procesos perceptuales y un particular concepto de la agilidad que denominaba flexibilidad.
En definitiva, al mismo ritmo en que la motricidad va alejándose de los viejos modelos neurofisiológicos iniciales va acercándose a nuevas formas de entender el movimiento y después la acción, que intentará identificar con la conducta y el comportamiento. En este nuevo tipo de respuestas adaptativa cobrarán más importancia los atributos relacionados con el ámbito cognitivo, expresivo y relacional en detrimento de aquellos otros propios de una cualificación de carácter biomecánico. Situado ya en esta línea argumental, Moshe Feldenkrais, por ejemplo, considera que los elementos que han de caracterizar la acción han de ser: el movimiento, la sensación, el sentimiento y el pensamiento[21].
En todo caso, cualquier perspectiva que actualmente estudie la significación del movimiento admite, al menos como planteamiento inicial, que pueden destacarse en él tres dimensiones: la tónico-motriz, la cognitiva y la afectivo-emocional.
. Bibliografía citada
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Vayer,
P. y Toulouse, P.: Psicosociología de la
acción, Madrid, Ed. Científico-Médica,
1987.
[1] Pastor Pradillo, José Luis: Inventario de máquinas y aparfatos gimnásticos, decimonónicos, obsoletos y extravagantes, Madrid, Esteban Sanz, 2011.
[2] La Pierre, A. y Aucouturier, B.: Simbología del movimiento, Barcelona, Científico Médica, 1985, p. 41.
[3] Cencillo, Luis: op. cit., p. 299.
[4] Vayer, P. y Toulouse, P.: Psicosociología de la acción, Madrid, Ed. Científico-Médica, 1987, p. 18.
[5] Buytendijk, F.: “The body in existencial psichiatry”, Reviev of existential Psychology and Psychiatry, nº 1, (1961).
[6] Para Henry Wallon, por ejemplo, las funciones tónicas y de motilidad se constituirán en la base de todos los comportamientos, de tal manera que se establece una continuidad entre la acción y el pensamiento. En esta misma línea, L. Vigotski afirmará que los procesos psíquicos se forman mediante el “arraigamiento de lo exterior hacia lo interior”. (Citado por Vayer, P. y Toulouse, P.: op. cit., p. 21).
[7] Citado por Asensio, José María: Biología, Educación y Comportamiento, Barcelona, CEAC, 1986, p. 110.
[8] Rey Cao, Ana y otros: La corporeidad como expresión de lo humano, en … Actas. IV Congreso de las Ciencias de l’Esport, l’Educació Fisica i la Recreacio del INEFC de Lleida, Zaragoza, INEFC de Lleida, 1999, p. 53.
[9] Ibid.
[10] Montagner, H.: Prólogo, en … Vayer, P. y Toulouse, P.: Psicosociología de la acción, Madrid, ed. Científico Médica, 1987, p. XIV.
[11] Citado por Vayer, P. y Toulouse, P.: Psicosociología de la acción, Madrid, Ed. Científico Médica, 1987, p. 10.
[12] Kepner, James I.: Proceso corporal, México, El Manuel Moderno, 1987.
[13] Cfr., Keleman, Stanley: La experiencia somática, Bilbao, Desclée De Brouwer, 1997.
[14] Harris, Dorothy V.: ¿Por qué practicamos deporte?, Barcelona, Ed. Jims, 1976.
[15] Le Boulch, Jean: Hacia una ciencia del movimiento humano. Introducción a la Psicokinética, Barcelona, Ed. Paidós, 1992.
[16] Le Boulch, Jean: Hacia una ciencia del movimiento humano. Introducción a la Psicokinética, Barcelona, Ed. Paidós, 1992.
[17] Minc, S.: “Emotions and ischemic heart disease”, American Heart Journal, Vol. 73, (mayo, 1967).
[18] Parlebas, Pierre: Elementos de la sociología del deporte, Málaga, Unisport, 1988, p. 18.
[19] Marina, José Antonio: Teoría de la inteligencia creadora, Barcelona, Ed. Kairós, 1993; El movimiento inteligente, en … Teoría de la inteligencia creadora, Barcelona, Ed. Anagrama-Círculo de Lectores, 1995, p. 93 y ss.
[20] Corraze, Jacques: Las bases neuropsicológicas del movimiento, Barcelona, Ed. Paidotribo, 1988, p. 14.
[21] Feldenkrais, Moshe: Autoconciencia por el movimiento, Barcelona, Ed. Paidós, 1997, p. 19.