PODER, DEPORTE Y POLÍTICA. ANTIVALORES Y CORRUPCIÓN

MANUEL VIZUETE CARRIZOSA

Maestro de Enseñanza Primaria – Licenciado en Educación Física – Licenciado en Geografía e Historia – Doctor en Historia Contemporánea. Catedrático de Universidad. Líneas de Investigación: Didáctica de la Educación Física. Producción Materiales Didácticos. Historia, Política y Filosofía del Deporte. Formación del Profesorado. Fundador de La European Union Physical Education Associations (EUPEA) Comité de Expertos del Consejo de Europa. Coordinador del Foro Hispanomexicano de la Educación Física y el Deporte.

PODER, DEPORTE Y POLÍTICA. ANTIVALORES Y CORRUPCIÓN

El uso de los Juegos Olímpicos y de los Deportes buscando o permitiendo el beneficio de la clase política, los convertiría en una simple exhibición y se perdería el valor y la  razón de ser de los Juegos.

J. Sigfrid Edstrom Presidente del C.O.I. (1942 – 1952)

¡¡¡Texto con hipervínculos!!!

La finalidad esencial del deporte, como principio, es su consideración de bien social. Su justificación se establece en relación con el individuo en sociedad, en la posibilidad de expresión de su propia personalidad, en el desarrollo de sus posibilidades de relación, y en conseguir que se sienta miembro de un equipo. Ser capaz de contribuir al esfuerzo común sacrificando el beneficio propio o el lucimiento personal, son factores de educación de la personalidad contenidos en el deporte. Sin embargo, de la misma manera que la actividad competitiva contribuye a crear una serie de actitudes y hábitos beneficiosos para la vida del ciudadano, la actividad deportiva y su dinámica social acaban determinando una nueva ética y una nueva escala de valores que, a  juicio de Howell, prostituyen la esencia de lo que se entiende como deporte.[2]

Sigfrid Edstrom no sólo no se equivocaba, sino que, probablemente, ignoraba su calidad de profeta. Política y actividades físicas no sólo están indisolublemente unidas en la actualidad, sino que, existen suficientes estudios y también la conciencia clara y generalizada de que fue así desde el principio de los tiempos, muy especialmente en la génesis del deporte y del movimiento olímpico moderno.[1]

La satisfacción personal y colectiva de los deportistas y de las masas de seguidores del deporte, los cambios y los beneficios que pueden representar en el desarrollo de las posibilidades físicas de cada uno, o la generación de empleo, son argumentos empleados habitualmente por los políticos a la hora de justificar sus relaciones de conveniencia con el deporte. En la actualidad, y cada vez con mayor frecuencia, se recurre a este tipo de razonamientos a la hora de justificar el destino de enormes sumas de dinero público a las inversiones que se realizan en este campo.

Para Denis Howell que fue Ministro responsable de los deportes en el Reino Unido y Presidente del Comité de Deportes del Consejo de Europa, el hecho es que las actividades físicas, y en especial el desarrollo del deporte como fenómeno social, se ha convertido en una fuente de nuevos problemas que han de ser tratados políticamente, la mayoría de ellos por su trascendencia de forma internacional. Nos estamos refiriendo a fenómenos específicamente relacionados con las actividades deportivas que tienen una gran trascendencia social y política, muy en especial al futbol: los actos vandálicos, el hooliganismo, el dopping y la corrupción, se suceden de forma tan rápida y en tal medida, que impiden que los gobiernos y las estructuras policiales y jurídicas puedan dedicarse, y dedicar tiempo y medios económicos, a resolverlos de forma eficaz.

Dentro de estas nuevas circunstancias, habría que incluir de forma sobresaliente el abuso gubernamental del fútbol en todos sus niveles y del deporte de alta competición, incluido el que se le atribuya y se le considere como proyección internacional de los valores nacionales. Esta apreciación política del deporte, social y populista, vendida a modo de justificación por los poderes públicos, es la que santifica no sólo la inversión de enormes sumas de dinero en la construcción de deportistas de laboratorio sino, incluso, la complicidad del algunos estados o países en el empleo de sustancias prohibidas, de recursos ilegales, o el empleo de otros métodos de ética dudosa, con tal de ingresar en el club de los medallistas o triunfadores, por una parte, o vender imagen de país desarrollado y de calidad de vida.

La utilización del deporte y de los eventos deportivos como recurso político es un hecho generalizado desde hace mucho tiempo. Sin embargo, en los últimos años y debido a la gran proyección, prácticamente universal, alcanzada por el deporte a todos los niveles, gracias a su difusión a través de  los medios de comunicación, su empleo político ha alcanzado niveles de repercusión equiparables, e incluso superiores, a los de los propios hechos políticos que ignoran o favorecen. No hemos de perder de vista que las actividades físicas y los deportes son un hecho cultural reciente, y que pese a que su origen como fenómeno educativo y cultural  generalizado y en progresión está en el siglo XIX, hasta el pasado siglo, no comienza a salir a la calle abandonando los círculos restringidos y de clase en que se había mantenido, para convertirse en un hecho social y cultural generalizado.

Desde esta perspectiva, las actividades físicas y el deporte, por ese maridaje de conveniencia que mantienen con la política, o mejor aún, con la clase política, son un parámetro fiable del progreso de la sociedad, de la evolución las ideas que tratan de comunicársele, de los usos y costumbres, de las escalas de valores, y de las pautas de comportamiento que en cada momento y lugar, son el fiel reflejo de lo que el pueblo entiende como la más auténtica expresión de su  identidad colectiva.

Para John Lucas,[3] nada más gráfico que la evolución en la línea del pensamiento y en las pautas de actuación, en relación con las ideas, que las políticas llevadas a cabo por los líderes del movimiento olímpico en la segunda mitad del pasado siglo. Refiere como J. Sigfrid Edstrom que presidió el C.O.I. entre 1942 y 1952, no dudaba en absoluto en declarar su aversión por la mezcla del deporte con la política, sosteniendo que: el uso de los Juegos Olímpicos y de los deportes buscando o permitiendo el beneficio de la clase política, los convertiría en una simple exhibición y se perdería el valor y la  razón de ser de los Juegos.

Avery Brundage que presidió el C.O.I. durante veinte años (1952-1972), y que se autodefinía como un romántico al estilo de Coubertin, fue el que detestó, probablemente más que ningún otro, la entrada de los políticos y de la política en el deporte su credo lo constituían: la defensa de la salud, el juego limpio y el amateurismo. En 1968, un año especialmente turbulento para la presidencia del C.O.I. llegó a decir: He pasado mi vida toreando a los políticos, y no voy a dejar de hacerlo ahora…

La llegada de Juan Antonio Samaranch a la presidencia del C.O.I. en 1980, consagró el desembarco de la política en el deporte, y del deporte en la política. Sus continuos viajes a todos los países del mundo, donde en muchos de ellos era recibido con honores de jefe de estado, etc.,  consiguieron hacer converger política y deportes en el sentido de implicar directa y abiertamente a los jefes de estado y de gobierno en los eventos deportivos, convirtiendo al Comité Olímpico Internacional en el instrumento de un determinado modo de hacer política, con un protagonismo similar al que pudieran tener la Cruz Roja o las Naciones Unidas, con la diferencia, de que los fines del C.O.I. han dejado de ser altruistas,[4] sobre este particular, el propio Samaranch manifestó:

El mundo está gobernado por los políticos, los dos sistemas, capitalismo y socialismo poseen diferentes ideas sobre el deporte y creo que el C.O.I., puede ser un puente entre los dos.

Los diferentes caracteres y las trayectorias de todas estas personalidades, han influido de modo decisivo, a la hora de  establecer y considerar la situación de las actividades físicas y del deporte respecto a la política y a los políticos, sin embargo, las mayores influencias proceden de los niveles de desarrollo económico y de los avances tecnológicos en relación con los medios de comunicación y del marketing. Se ha conseguido cambiar el papel de la masa participante en los eventos deportivos. La combinación de todos estos elementos ha cambiado el papel de los espectadores; de personajes anónimos han pasado a ser potenciales consumidores de productos, o a destinatarios de mensajes políticos más o menos  explícitos.

Es decir, mientras que en un primer momento la intencionalidad romántica de los fundadores y organizadores de las actividades era repercutible de forma socialmente educativa, en cuanto al coste económico y organizativo sobre los responsables de esa educación, como una carga u obligación. La extensión del fenómeno, su capacidad de convocatoria, y la generación de una idea de cultura del bienestar, identificable con la posibilidad de acceso a las actividades físicas y a los deportes, ha conseguido establecer un cambio de posición de los poderes públicos y de las fuerzas sociales. En el momento actual, se trata de producir o generar políticas que satisfagan la demanda creciente de recreación, por lo general paralela al nivel de desarrollo económico y al aumento del tiempo libre. En el fondo el acierto, o el fracaso, radican, en ser capaces de capitalizar la satisfacción social para conseguir el apoyo de los ciudadanos a determinadas políticas o regímenes en el caso de la clase política, y en otros, en conquistar o en asegurarse la clientela y el mercado de cualquier tipo de productos.[5]

Podemos decir que se mantiene la idea educativa y la necesidad de educación de los ciudadanos en los valores de la educación física y en el deporte, en tanto que, esos mismos valores son los que se consideran por la sociedad como paradigmas de la cultura del bienestar. El educando de hoy será el practicante deportivo de mañana, el votante en cualquier caso, y siempre consumidor de productos, no solo de los deportivos, en progresión creciente, sino de todos aquellos que es posible dar a conocer desde el deporte, o aprovechando su capacidad de convocatoria.

Las posibilidades del deporte como convocador de masas, como aglutinador de intereses y como factor de desarrollo económico, no han pasado desapercibidas para otro tipo de personajes que han hecho del deporte su forma de participación en la vida pública, y la palanca con que mover enormes sumas de dinero en su propio beneficio y en el de los intereses que representan, muy lejanos de los fines altruistas, desinteresados, o supuestamente culturales y educativos que dicen perseguir.

Conocidos como los barones del deporte, representan comunidades de intereses que controlan el deporte espectáculo y la organización de eventos deportivos de carácter nacional, internacional o mundial. Hechos, que dan lugar a la organización de empresas, al establecimiento y cultivo de relaciones, influencias, consumos, etc. y cuya finalidad última es el lucro. La creciente dimensión de los acontecimientos deportivos, su trascendencia popular, y por tanto su  proyección pública, ha otorgado a los que tienen la capacidad o potestad de conceder, situar, localizar u organizar los grandes eventos, enormes cuotas de poder por su capacidad real y efectiva, para decidir la concesión de la ubicación de los mismos y otorgar, a unos o a otros, la posibilidad de ejercer la proyección política o los beneficios económicos deseados a través de ellos. Estas concesiones, se hacen a cambio de grandes sumas de dinero, procedentes en gran parte de los gobiernos y de la administración de las ciudades beneficiarias de la proyección política. Los políticos, a su vez, reciben el apoyo de las grandes industrias y del capital, tanto local como internacional, que es en última instancia, el beneficiario de la espiral económica generada por los grandes eventos deportivos.

La primera acción que hemos de llevar a cabo a la hora de valorar el deporte como elemento de poder, es la de desposeerlo de su finalidad educativa original y otorgarle la consideración de actividad mercantil, situación que alcanzan superados determinados niveles o grados de cualificación, es decir, cuando el deporte se convierte o es susceptible de ser convertido en gran espectáculo de masas. Es en este momento en el que aparecen en la escena los auténticos dueños del deporte, los que deciden donde han de celebrarse los Juegos Olímpicos, los Campeonatos del Mundo, o los Campeonatos Continentales, y sobre todo, quién ha de llevar a cabo el control y la administración de los grandes circuitos deportivos.

La motivación de estos barones del deporte no es únicamente económica: el prestigio, la influencia personal, y sobre todo el ejercicio del poder, son sus alicientes principales. Un perfil de estos personajes los retrata: como de entre sesenta y setenta años, normalmente ricos y a menudo latinos. Residentes la mayor parte del tiempo en Suiza, viajando en aviones privados, y  normalmente bien relacionados con las grandes marcas del deporte: Coca Cola, Adidas, Visa, Chocolates Mars., etc…

Estos personajes, en permanente contacto con los gobiernos, les ofrecen la posibilidad de organizar grandes eventos deportivos que favorezcan o mejoren su imagen y su proyección pública, en incluso el acceso a una parte de los beneficios generados a través de la ingeniería financiera desarrollada por los sistemas de corrupción incrustados en los deportes: entrenadores de alto nivel para los equipos nacionales, la ubicación en su territorio de las industrias del deporte, la concesión de parte de los derechos de televisión de los eventos, o varias de estas cosas a la vez.[6]  La influencia y el control que ejercen sobre el deporte a todos los niveles, es completa, y además de decidir donde han de celebrarse los grandes acontecimientos deportivos determinan: como han de realizarse, quienes han de participar, como se va a distribuir el dinero, y en el futuro, probablemente, quien ha de ganar o perder.

La dinámica interna de este grupo de poder en el deporte internacional es prácticamente desconocida para el gran público, aunque a veces trasciendan levemente los  problemas de enfrentamientos entre los personajes. En estos casos, las noticias no pasan nunca de la categoría de rumor y son inmediata y sucesivamente desmentidas a nivel mundial, en los medios de información deportiva que se encuentran bajo el control del grupo, cuya existencia es relativamente moderna; son los herederos de los viejos y aristocráticos hombres del deporte anglosajones, que habían venido disfrutando de estas situaciones de privilegio como un derecho de nacimiento. Los actuales, por el contrario, lo son como resultado de acciones e intervenciones personales en la propia política deportiva, como consecuencia del cultivo de las relaciones personales, o por la posesión de intereses económicos comunes dentro del sector deportes.

La participación de las grandes cadenas de televisión en los eventos deportivos supuso la llegada de una auténtica riada de dinero al mundo del deporte, naturalmente, siempre bajo el control del grupo que actúa de intermediario entre los organizadores de los eventos, los sponsors, y las compañías de televisión; El resultado de todo este proceso, es una extraña alianza entre los políticos del deporte y los intereses comerciales que, como parte de los beneficios, se reinvierten en facilidades o fondos económicos de libre disposición, y en la organización de encuentros o eventos deportivos, el consecuente control nacional e internacional de estas actividades aporta, a los que lo tienen, extraordinarias dosis de poder e importancia que alcanzan de lleno al mundo de la política.

El acceso a estos puestos de poder deportivo es en extremo complicado y sui generis, depende, en cada caso, de lo que cada uno de estos barones del deporte puede aportar a la organización. Generalmente, todos tienen tras de sí una larga serie de vasallos deportivos que siguen fielmente sus indicaciones, entre ellos, se encuentran no solo los deportistas y las federaciones deportivas, en algunos casos, también están los gobiernos, los políticos, los hombres de negocios y los personajes de la vida pública, que aspiran a encontrarse algún día entre los privilegiados, bien sea como administradores o gestores del poder, y/o como empresarios del deporte mediante la creación de empresas pantalla a nombre de terceros. En cualquier caso, se trata de estar y de tener poder para rentabilizar siempre el mismo fenómeno: la posibilidad de explotación del deporte como elemento de apoyo al poder, o como una grande y rentable industria del tiempo libre y del entretenimiento.

Pese a los intentos, que no pasan de las declaraciones, de los románticos de la idea de conseguir que el deporte vuelva a ser algo limpio y altruista, de retornar a los tiempos de Coubertín, esto es prácticamente imposible, porque el mundo del deporte se ha convertido en una enorme máquina de hacer dinero y de administrar poder, en el que los intereses económicos, de rentabilidad mercantil y su control, van por delante de cualquier otra consideración educativa, ética, o humanística.

Tras haber definido, siquiera someramente, la estructura de poder y negocio existente en las estructuras del deporte, es preciso acudir a su dimensión justificativa, en tanto en cuanto se nos aparece como cultura popular. A partir del análisis del concepto cultura desde diversos campos y relacionándolos con el fenómeno deportivo, tomando, una por una las paradojas de Herskovits y aplicadas a este campo tendríamos que, ante la primera de ellas, la universalidad, vendría dada por la confirmación de la existencia, a lo largo de un periodo considerable del tiempo histórico de un planteamiento de acción, estructuras y usos y costumbres universales, en el que las manifestaciones locales o regionales serían diferentes o únicas, fruto de las necesidades de vida, del tiempo histórico, del medio ambiente y de la cultura autóctona en cada caso.

En cuanto a la segunda, la dinámica y la estructura del deporte sería una acción dinámica  que se desarrolla sobre la cultura esencial de cada pueblo, entendida esta como la sólida base de los valores esenciales e incuestionables que cada sociedad tiene como señas de identidad propias y diferenciales, de tal manera, que la acción de la estructura deportiva necesaria sobre cada ciudadano para que pueda asumir la realidad atípica e incluso viciada del fenómeno deportivo; la transmisión de las normas de acceso, entrenamiento, comportamiento físico, tradiciones y folklore, son el objeto de una cultura social y popular que se administra por impregnación.

La tercera paradoja sería el producto resultante del proceso de aculturación, entendido como cultura personal; evaluable como formas de comportarse y conducirse corporalmente, en el seno de la sociedad en la que el sujeto vive y se desenvuelve lo que, en otras dimensiones, puede considerarse un ser humano social o ecológicamente integrado.

Dentro de este dominio del concepto cultura futbolística  y/o deportiva, estarían no solo las actividades físicas sino además, todas aquellas cuestiones que involucran al sujeto de esta cultura en una sociedad cerrada que impone sus usos y costumbres cuasi religioso: liturgia del club, participación folklórica e identitaria en los eventos, actividades sociales y recreativas del club y aficionados, indumentaria y caracterizaciones de participación grupal, cánticos, gestos de apoyo o repulsa, formas de relación social entre el colectivo de pertenencia, aprendizajes relacionados con los ritos, usos y costumbres de participación, organización económica y logística para desplazarse y sostenerse, sistemas de seguridad y protección.

De otro lado, y tomando como referencia la teoría marxista del concepto cultura a partir de la propia idea de Marx[7] cuando en la Introducción a la Crítica de la Economía Política dice:

Lorsqu’on considère de tels bouleversements, íl faut toujours distinguer entre le bouleversement matériel – qu’on peut constater d’une manière scientifiquement rigoureuse – des conditions de production économiques et les formes juridiques, politiques, religieuses, artistiques ou philosophiques, bref, les formes idéologiques sous lesquelles les hommes prennent conscience de ce conflit et le mènent jusqu’au bout.

Desde esta concepción, exclusivamente intelectualista, de la idea de cultura que es la que ha prevalecido y aún se mantiene en los ex Países del Este, y que lleva a entender que la cultura comprende: el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y todas aquellas capacidades que el hombre es capaz de desarrollar como miembro de una sociedad, lo que lleva, sin duda, no solo a una interpretación amplia y unilateral del concepto cultura, sino incluso abusiva del mismo

La influencia ejercida, y ejerciente, en bastantes países de Hispanoamérica, por los países de la órbita soviética y la aplicación de la ideología marxista sobre la actividad física y el deporte, nos obliga a traducir al ámbito del deporte y de la cultura del movimiento estas percepciones; especialmente aquellas que pueden justificar, si es que en algún caso es justificable, la cosificación del ser humano a que se ha llegado y que se mantiene en el mundo del deporte profesional y de la alta competición, en el que los jugadores son eternos menores de edad, irresponsables y dependientes de padres, entrenadores, managers y negocios, que no dejan de ser un anacronismo abusivo, rayano en la esclavitud en pleno siglo XXI.

Desde esta óptica, el deporte entendido como cultura física, sale del ámbito de las capacidades humanas y, por lo tanto, se orienta a la educación en la  aceptación acrítica de las situaciones de hecho, sin plantear a priori ninguna acción educativa de fondo axiológico, por lo que, así entendida, la cultura del deporte ejercida sobre el cuerpo y la persona estará referida a método y técnica física y, en modo alguno, sujeta a valores humanos de aceptación  y  reglamentación universal, que pertenecen a otros ámbitos de la cultura.

La percepción que poseemos del concepto cultura física, como resultante de un proceso de desarrollo intencional de capacidades, y de su pertenencia a una forma concreta de entender el cuerpo humano en lo ético y educativo, nos lleva a plantear, desde el conocimiento del producto, de los resultados, y de acuerdo con la teoría tratada sobre como se articula la cultura del deporte en su dinámica interna y en la aceptación social, y tratarla como un caso específico de negación de valores sociales universales en los que, no obstante, se produce una tolerancia social, política y jurídica inexplicable.

Por una parte, hemos de considerar la existencia de un planteamiento intencional no ideológico ejercido desde la cultura dominante o superestructura, y por otra, como hemos señalado, los productos derivados del ejercicio de las actividades deportivas profesionales y sus entornos, falsamente calificados como educativos o de atención social, pero realmente entendidos como bienes y patrimonio económico de las élites pertenecientes a la superestructura.

Es cierto, que el origen de este planteamiento cultural es proveniente de la teoría marxista y que fue ampliamente desarrollado en los antiguos países del este; sin embargo, no es menos cierto que, en el caso del deporte contemporáneo de élite y profesional, estamos ante un planteamiento de explotación económica no cultural, de exportación, y de generosa asimilación en el mundo occidental, a contrapelo de su propia teoría económica y de su propia escala de valores sociales.

Son fácilmente recognoscibles, en el esquema anterior, muchos de los diferentes tratamientos dados por nuestras sociedades al deporte de élite, así como la concepción ideológica que, sobre el mismo, poseen demasiadas de nuestras autoridades responsables de la cultura y de la educación, para las que no es difícil convivir con la cosificación del ser humano que se aplica en el deporte profesional y el carácter de patrimonio económico privado, que se atribuyen sobre los deportistas de élite como productos negociables sujetos a la dinámica económica y al  libre mercado, incluida la oferta y la demanda, incluso soportado económicamente y alentado desde instancias públicas con una evidente intención de rentabilidad política.

En este planteamiento que hacemos, es preciso incluir un elemento nuevo que si bien no forma parte, sensu stricto, del fútbol como actividad en la que es mas reconocible, no es menos cierto que se ha convertido en un factor importante de referencia y justificación para la conexión con la cultura de masas que lo rodea; nos estamos refiriendo naturalmente a la religión, o más exactamente, a las religiones con sus correspondientes cargas de moral y con sus diferentes formas de entender la proyección social. No es menos cierto que la ofrenda de las victorias a  las vírgenes o santos locales, tienen mucho que ver con la santificación de los antivalores y corrupciones que rodean al mundo del deporte.

Que el deporte ha  jugado, y juega un importante papel en la sociedad en la cultura de masas es una realidad incuestionable. No existe, en este momento, ninguna actividad o manifestación humana, en relación con esta dimensión de la cultura superior al deporte. Como hecho individualmente considerado; por ello es preciso, que a la hora de analizar el fenómeno hayamos de tenerlo forzosamente en cuenta.

Al abordar el enfoque que se tiene del deporte, entendido como cultura de masas, desde las élites intelectuales y económicas relacionadas con el mismo, los modernos barones del deporte[8]  han propiciados y llevado a cabo una subversión de los valores tradicionales que eran recognoscibles e identitarios en la vieja concepción social del fenómeno. Se tiene una sensación de traición hacia los actuales gestores del deporte, a los que se acusa de haber convertido lo que era un referente de valores éticos, humanos y socialmente educativos, en un espectáculo de masas vacío de contenido axiológico, en beneficio del enriquecimiento personal de una nueva élite de base social burguesa, que no tiene inconveniente en manipular a la masa a favor de intereses económicos o de beneficios políticos, sin importar los métodos ni los medios a emplear.

Es cierto que desde una visión actual del deporte y de las actividades físicas no podemos pasar por alto las dimensiones económicas, sociales y políticas del fenómeno deportivo,[9] que se encuentra atrapado por una serie de contradicciones entre lo que la masa percibe como cultura, y lo que en realidad no es otra cosa que maniobras de grupos económicos, que cuentan con especialistas de todo tipo para servir a sus intereses de lucro sin que la cultura como tal, tenga acceso a participar en los recursos que permitirían acceder a la masa desde una perspectiva axiológica. Los factores que, a juicio de estos autores determinan estas contradicciones serían:

  • El mito del deporte como un festival de demostraciones de decencia, juego limpio y aperturismo democrático.
  • La verdad, representada por las multinacionales del deporte, los intermediarios, los agentes y las familias de los deportistas que, además, miran hacia otro lado en los casos de corrupción o dopaje.
  • La Familia del deporte, formada por una oligarquía de hombres de negocios que maniobran, manipulan y extorsionan, para perpetuarse y recibir los beneficios económicos de estas acciones.

Una vez que hemos accedido al empleo de la palabra deporte y establecida su presencia cultural como un hecho independiente de la educación física, es preciso que no olvidemos tres cuestiones importantes:

  • Que el deporte posee efectivamente esa dimensión extracurricular entroncada con la cultura de masas y que posee, en este sentido, una dinámica y una personalidad propios.
  • Que el deporte es un medio de educación y que, tal como fue concebido en su origen, debe formar parte de los currículos de educación física, como un contenido independiente, pero teniendo siempre claro que es una estructura culturalmente cerrada y superpuesta a la cultura en la que nos desenvolvemos.
  • Que en este momento comienza a enfrentarse a una grave crisis de identidad y de valores que, en un futuro inmediato, van a poner en riesgo su existencia como una estructura social válida.[10]

Es esencial en este punto, una vez abordado el problema del deporte como medio de educación, que establezcamos sus diferencias más significativas, a nivel de identidad cultural con la educación física. Es cierto que tanto el deporte, en su origen, como la educación física, por definición, plantean la educación en valores a partir del movimiento humano como método; sin embargo, no hemos de olvidar, precisamente aquí, los diferentes substratos culturales de origen de ambas teorías educativas que condicionan severamente tanto sus objetivos como sus metodologías, así como sus diferentes trayectorias históricas a lo largo del siglo XIX y, muy especialmente en la segunda mitad del siglo XX.

En este sentido es preciso destacar que, mientras que el deporte nace y se desarrolla fundamentalmente en la Inglaterra Victoriana y es hijo del pragmatismo educativo inglés que comporta toda una filosofía de vida; la educación física es hija de los movimientos democráticos de educación nacidos a partir de las filosofías educativas de J.J.Rousseau.

Igualmente, es preciso destacar que, mientras que la insularidad británica y su tendencia a la autosuficiencia cultural y a la autarquía educativa, en el periodo señalado; en el que, además, coincide la fase más sobresaliente del imperio británico, le otorgan al deporte, como medio de educación, un largo siglo de estabilidad y de principios educativos indiscutibles así como su expansión por todo el orbe de este imperio militar, social y económico, que desencadena una auténtica britanización social, entendida como cultura deportiva, de gran parte del orbe. La educación física, desde su realidad continental, es un principio educativo coparticipado por diferentes culturas europeas en las que la estabilidad política y la orientación educativa única, no es precisamente su valor más destacado; sin  temor a equivocarnos, podemos asegurar que la educación física es hija de las mil crisis sociales y políticas que sacuden a la Europa continental desde finales del siglo XIX, hasta casi finales del siglo XX. Influencias culturales de todo tipo, modelos educativos diversos, religiones diferentes, guerras y enfrentamientos sociales, han sido el catalizador de una forma de entender la educación del cuerpo que pasando por escuelas y movimientos diferentes, a través de Europa, han cristalizado en las diferentes corrientes existentes en la actualidad y que fiel a sus tradiciones mantiene como objetivo a la salud y a la calidad de vida como horizonte.


[1] COUBERTIN, P.: Memorias olímpicas. Madrid, Publicaciones del Comité Olímpico Español. 1965.

[2] HOWELL DENIS, M.P.: Sport and Politics – An international perspective., Sport and Politics – Wingate Institute for Physical Education and Sport, Jerusalem, The Emmanuel Gill Publishing House, 1983.Págs. 7 – 19.

[3] LUCAS, J.: Some Thoughts on International Politics, The Olympic Games and the Olympic Movement. Sport and Politics  – Wingate Institute for Physical Education and Sport, Jerusalem, The Emmanuel Gill Publishing House, 1.983.Pág. 21.

[4] SIMSOM y JENNING,: – The Lords of the  rings- Power, Money & Drugs in the Modern Oliympics, Londres, Simon & Schuster Ltd. 1991.

 BOIX y ESPADA,: El deporte del poder Vida y milagro de Juan Antonio Samaranch,  Madrid, Ediciones Temas de Hoy, 1991.

[5] NA Desde hace bastante tiempo los principales ingresos económicos de los clubs deportivos se producen en relación con los derechos sobre la publicidad estática de sus instalaciones, o por la retrasmisión televisiva de sus actividades.

[6] ASKWITH, R.: The power and the glory, Observer Magazine, Londres, Junio, 1992. Págs. 12 – 25.

[7] MARX, K.: Contribution à la critique de l’économie politique. Paris, Editions Sociales. 1969  pp.4-5

[8] ASKWITH, R.: The power and the glory, London, Observer Magazine, , 1992  pp. 12-15

[9] SIMSON, V. & JENNINGS, A.: The Lords of the Rings. Power, Money & Drugs in the modern Olympics, London, Simon & Schuster , 1992

[10] VIZUETE, M.: La educación física, el deporte y el poder político en el diálogo Norte-Sur. En  La Educación Física en el siglo XXI, Actas del Primer Congreso Internacional de Educación Física, Madrid, Fondo Editorial de Enseñanza (FEDE), 1999            pp. 75-93

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