REFLEXIONES SOBRE ALGUNAS NOCIONES BÁSICAS: EL MOVIMIENTO (II)


José Luis Pastor Pradillo

Maestro de Enseñanza Primaria, Licenciado en Educación Física, Licenciado en Psicología. Doctor en Ciencias Sociales. Doctor en Ciencias de la Educación. Profesor Emérito de la Universidad de Alcalá. Ex Director de la Revista Española de Educación Física y Deportes.



REFLEXIONES SOBRE ALGUNAS NOCIONES BÁSICAS: EL MOVIMIENTO (II)

La descripción del concepto de movimiento se ha venido realizando desde distintas perspectivas, cada una de ellas apoyada en teorías psicológicas, antropológicas o epistemológicas distintas. Cada una de ellas, interesada en un aspecto concreto, ha desarrollado una formulación diferente y, en consecuencia, parcial lo que no impide ni su consideración ni su aplicación a la praxis de la intervención desde la Motricidad.

En todo caso, concretándose de manera muy específica sobre determinados elementos, rasgos o circunstancias, el estudio que del movimiento realizan cada una de ellas, permitirá una aplicación diversa y una eficacia, para conseguir diferentes objetivos, también desigual.

La especificidad doctrinal y su desigual susceptibilidad de aplicación práctica ha favorecido el diseño de distintas estrategias y propuestas metodológicas. La vieja aspiración de los gimnasiarcas de principio del siglo XX, de crear un método universal, único y de general aplicación, se evidencia como un esfuerzo estéril y, sobre todo, desaconsejable. En nuestro criterio, serán los objetivos perseguidos y el campo de actuación lo que aconseje la fundamentación concreta que de la significación del movimiento convenga adoptar. Y en consecuencia, este compromiso doctrinal será el que inspire el diseño coherente de las estrategia de intervención.

1. Teorías sobre el movimiento

No basta con formular determinados principios teóricos para poseer la certeza de su aplicación directa y eficaz en cualquier proceso de intervención. Estos principios generales deben ser imbricados en modelos o sistemas donde se plantearán coherentemente el resto de las condiciones que deban definir un proceso de intervención: los objetivos, el sujeto, el objeto, los recursos materiales, las técnicas a emplear, los matices teóricos, los ámbitos de aplicación, etc.

Nosotros, aquí, destacaremos alguna de las posibles ofertas que, por los principios que maneja y la visión que del cuerpo y del actuar proponen, pudieran servir de argumentación suficiente para el diseño de los métodos de intervención psicomotriz o para la descripción, en definitiva, del cuerpo doctrinal de la Psicomotricidad. No obstante, nuestro propio convencimiento nos aconseja realizar un mayor énfasis sobre aquellos planteamientos cuyo desarrollo adopta una perspectiva holística y experiencial. Creemos que sólo así es posible abordar, con suficientes garantías de éxito, la total complejidad de la naturaleza humana, de su relación con el entorno y de su actuar.

a. Las teorías psicológico-totalistas de la motricidad

Sus representantes más significativos fueron F. Krueger y O. Klemm, quienes planteaban una estrecha relación entre la regularidad en la ejecución de los movimientos y los contenidos sensoriales y vivenciales que los acompañan[1]. Sobre este particular O. Klemm esboza su “Teoría de los acontecimientos”, con la que intenta describir las propiedades de la configuración del movimiento en actos encaminados a un fin, y la “Teoría de la estructura”, por la que describe la relación que se establece entre el hecho del movimiento y las particularidades individuales de la personalidad, por una parte, y las características tipológicas, por otra.

Estos autores intentan esquematizar su planteamiento sobre la configuración del movimiento en tres axiomas mediante los cuales describen cómo el movimiento configurado de forma activa, en sus dimensiones espacio-temporales y su transcurso impulsivo, se halla estrechamente unido al acto integral de la sensibilidad del movimiento de tipo subjetivo, así como a la vivencia subjetiva del movimiento, debiendo ser considerado como una unidad configurada.

b. Teoría de la Gestalt

Desde la perspectiva de la Gestalt el movimiento no ocurre como un proceso mecánico aislado, sino como “parte del ciclo más amplio de la autorregulación organísmica”[2]. Por consiguiente, es contemplado como una función del “sí mismo” que sirve para movernos hacia la conclusión y la totalidad. El “sí mismo” no solo es un concepto o una estructura psíquica sino que es esencialmente muscular, en sí mismo móvil y en sí mismo expresivo[3]. La acción se concibe como la descarga y uso de la energía movilizada y la musculatura en movimiento. A través de estas acciones nos expandimos en nuestro entorno concretando la relación organismo-mundo.

Para la Gestalt la conciencia no se activa sin que previamente hayan sido superados los obstáculos de su transición hacia la acción, lo cual otorga a sus métodos de intervención un carácter expresivo a la vez que introspectivos y existenciales. Se distingue de otros planteamientos expresivos porque inscribe al movimiento dentro del contexto de la conclusión de las necesidades organísmicas. No se interesa por un movimiento considerado, exclusivamente, como fenómeno aislado sino que afirma que su comprensión ha de realizarse desde la sensación, el sentimiento y el contacto con el entorno como medio de “conclusión de necesidades”. En definitiva, esta corriente psicológica define la acción como un movimiento al servicio del contacto (conclusión) o movimiento hacia el contacto final.

La acción saludable, afirmará J.I. Kepner, no solo debe relacionarse con las “necesidades y el sentimiento de uno, sino también con el entorno presente, o sea, en contacto con un contexto de aquí y ahora”[4]. Intenta expresar esta formulación, mediante el concepto que él denomina “ciclo de la experiencia”, el proceso que establece una relación entre la sensación y el contacto a través de una acción cuyas principales consecuencias son la manipulación del entorno y la expresión de sí mismo:

Sensación Necesidad Acción Contacto
Hambre Comida Obtener Morder, masticar
Miedo Escapar del peligro Huir Seguridad
Excitación sexual Relación sexual Encontrar compañero, copular Orgasmo, placer

Dentro de la escuela gestáltica se desarrolla un “concepto psicodinámico-psicofisiológico”[5], que puede resumirse en el postulado que afirma que los movimientos no solo han de ser considerados como una reacción del organismo sino que, además, deben ser analizados como el resultado del enfrentamiento existente entre el organismo y su medio. En la ejecución actual del movimiento, el organismo (el sujeto del movimiento) y el medio, sobre el que incide el movimiento de manera transitiva para su modificación (objeto del movimiento), forman, como unidad de rendimiento, un “círculo gestáltico”. En la dinámica propia de este círculo se produce una constante transformación de la forma, que abarca desde la inicial representación nerviosa que genera la excitación sensorial producida por el estímulo ,hasta la misma representación del movimiento objetivamente observable y subjetivamente experimentable. Para completar este planteamiento, V.v. Weizsäcker concluye que, en las relaciones motrices del organismo con su medio, es lo intencional del acto biológico lo que dirige la dirección de la acción en forma de una motivación que le impulsa a mantener una actitud activa.

Con estos planteamientos tan explícitamente adaptativos J. Kepner identifica movimiento y experiencia[6]. Desde esta relación define la experiencia corporal como aquella que se basa en la conciencia de uno mismo y, como consecuencia, en aquel material del que se nutre el yo para lograr su propia estructuración.

La psicología de la forma se posiciona claramente contra el asociacionismo. Para ella el todo no es la suma de las partes sino que, por el contrario, la parte siempre está en función del todo. Por eso la experiencia del cuerpo no puede ser otra cosa que la experiencia del “sí mismo”, del yo, al igual que lo es el pensamiento, la imaginación y las ideas.

El ser corporal sería intrínseco a la relación con nuestro mundo formando la base que posibilita el establecimiento del contacto con nuestro entorno, tanto físico como especialmente humano, de modo que podamos satisfacer nuestras necesidades y crecer. En el modelo gestáltico este desarrollo humano, el crecimiento y la formación del sí mismo, se producen a través del contacto y de la interacción con el entorno. La acción muscular, como parte interviniente de cualquier intercambio con nuestro entorno, permite que, a través del movimiento, resolvamos las funciones más fundamentales de esta relación: la expresión de nuestros sentimientos y de nuestras emociones, la manipulación y la conformación del mundo y el establecimiento de relaciones con los demás.

La realización de estas funciones requiere, al tiempo que contribuye a estructurarlos, la organización del cuerpo y del sí mismo, lo cual evidencia, de forma ineludible, la trascendencia que la labor educativa puede adquirir. Esta organización tendría repercusión, fundamentalmente, en dos niveles:

– La estructura corporal biológica sujeta a leyes mecánicas y físicas de orden biológico.

– La estructura corporal adaptativa, en la que, como fruto de la experiencia, se va adquiriendo un repertorio más o menos eficaz de posturas, posiciones, tensiones y movimientos. Las diferencias individuales que se observan en esta estructura demostrarían la existencia y la repercusión de las variaciones personales en el contexto de nuestra adaptación y el ajuste creativo de nuestra experiencia vital única.

En definitiva, en la Gestalt, el movimiento se ve como una parte de un ciclo total de funcionamiento organísmico que no ocurre separado de la sensación, la conciencia o el contacto. El movimiento no acontece como un proceso mecánico aislado sino que, por el contrario, es parte de un ciclo más amplio, de la autorregulación organísmica, lo que implícitamente representa la posibilidad de manipulación del entorno y de expresión del sí mismo, del yo, lo cual, por otra parte, no es otra cosa que la emoción.

c. Teoría de R. Abernathy y M. Waltz

Estos autores consideran la necesidad de organizar tres tipos de factores intervinientes en todas las actividades motoras: psicológicos, fisiológicos y sociales. Por tanto, afirmarán que el movimiento humano siempre esta originado u orientado por una finalidad, de tal manera que su ejecución siempre se realiza a instancia de alcanzar un objetivo como medio de explicar una idea, expresar un sentimiento o de establecer relaciones con los elementos del ambiente que rodea al actor[7].

Consideran, en consecuencia, que la estructura y diseño del movimiento no se produce de manera aleatoria, sino que es el resultado de las numerosas influencias que se generan en la relación interactiva que se establece entre el organismo y su medio. Estas influencias, básicamente, poseen unas funciones que las caracterizan como transformadoras del movimiento humano. Todas ellas las clasifican en cinco clases: experiencias motoras, estructura de la personalidad, percepciones personales, medio cultural y medio físico.

d. Teoría antropológica de K.F. Buytendijk

Este autor parte de un planteamiento básico de carácter antropológico y funcional en el que no le importa tanto analizar cómo se desarrolla una modificación observada mediante el movimiento, como averiguar cuál es la causa que lo produce. A este respecto, opinaba que sólo de la comprensión e identificación del contenido sensitivo de un movimiento era posible obtener una visión en función del movimiento y en las condiciones de su desarrollo.

e. Teoría Motoenergética de Ray H. Barsch

Sitúa como clave de su explicación de la actividad motora a la eficiencia motora orientada a conseguir el mayor grado de supervivencia del individuo. Para analizar este planteamiento distingue distintos elementos que, a su juicio, serían determinantes o, al menos, condicionadores del resultado de la acción motora: dominios, campos espaciales, zonas espaciales y vectores principales[8].

– Dominios: interior o el medio interno que fundamentalmente constituye el sistema fisiológico; Espacio físico o medio visible de objetos y hechos; Espacio medio o de identificación social; y Espacio cognoscitivo donde se coordinan el ámbito simbólico, los pensamientos, las ideas y las conceptualizaciones.

– Campos espaciales que se califican según cuál sea la posición relativa del interesado: derecho, izquierdo, de frente, atrás, arriba y abajo. Son los mismos que otros autores agrupan bajo la denominación general de direccionalidad.

– Zonas espaciales: espacio próximo o espacio de manipulación; espacio medio (comprendido entre 2 y 16 pies en todas las direcciones); espacio lejano (entre 17 y 30 pies); y espacio remoto (más de 30 pies).

– Vectores principales: La orientación del cambio posicional que incluiría los subvectores determinados por la energía muscular, el equilibrio dinámico, la conciencia del propio cuerpo, la conciencia espacial y la conciencia temporal; El conocimiento perceptivo cuyos subvectores son los cinco sistemas sensoriales externos (gusto, oído, olfato, tacto y vista) y, además, el cinestésico; El grado de libertad que incluiría los subvectores de bilateralidad, ritmo, flexibilidad y planificación motora.

f. La tridimensional de las actividades perceptivo-motoras de Brian J. Cratty.

Desde su perspectiva conductista clasifica las “condiciones generales de la conducta” en tres niveles[9]:

– 1º nivel: En él incluye los niveles de aspiración, de persistencia, de excitación o motivación, la capacidad para analizar el mecanismo de una actividad y diversas aptitudes perceptivas.

– 2º nivel: Constituido por los factores que determinan la capacidad (el vigor, la resistencia, la flexibilidad, la velocidad, el equilibrio y la coordinación).

– 3º nivel: Agrupa los factores propios de la actividad y de sus circunstancias (las exigencias energéticas típicas de una actividad, los valores que el individuo la confiere, las experiencias pretéritas y las características sociales que califican el contexto donde se ejecutan).

g. Teorías psicológico-activas del movimiento

 No consideran el movimiento por sí solo, entendido como una simple reacción del organismo ante un estímulo, sino como parte de un amplio complejo de factores psicofísicos. Las reacciones sensoriomotrices no serían partes independientes sino que estarían integradas en las acciones o comportamientos dirigidos hacia un objetivo.

La Psicología soviética, desde la base del materialismo dialéctico, intentó superar el dualismo alma-cuerpo contraponiendo la Psicología del conocimiento a la Psicología de la acción. Entendiendo que el movimiento es una parte de la acción, su formulación teórica establece que todos los fenómenos psíquicos se hallan determinados por un proceso de constantes acciones recíprocas que se establece entre el medio y el organismo. En consecuencia, “la acción no es reducible a su parte realizadora, por cuanto se incorpora también a ella la parte sensorial y cognitiva, la aferencia periférica, el análisis y la síntesis de las señales recibidas del exterior, a través de las cuales se regulan las acciones”[10]. S.L. Rubistein propone una ordenación jerárquica del nivel estructural de los movimientos en la que distingue:

– Grupo de movimientos cuya regulación sólo se produce fisiológicamente.

– Grupo de movimientos regulados por sensaciones.

– Grupo de movimientos en los que la reacción ante un estímulo se transforma en el tratamiento del objetivo considerado como objeto.

Las nuevas teorías psicológico-activas definen la acción como un hacer dirigido a un objetivo y orientado a seleccionar unos problemas concibiendo su imagen de la acción como unidad fundamental de la psicología. H. Raum, basándose en Rubistein afirmará que “en la unidad base acción pueden describirse, mediante análisis, todos los elementos de la psicología”[11]:

– Las acciones son un acto de conducta.

– En las acciones tienen lugar procesos cognitivos y motores en una unidad a la que acompañan los sentimientos y las emociones y que se realizan mediante una ejecución volitiva.

– En las acciones se expresan los rasgos que definen la personalidad: carácter, voluntad, motivación, capacidades, habilidades, intelecto, temperamento, etc.).

Siguiendo esta corriente, autores como G.A. Muller, E. Galanter o K.H. Pribram elaboran un modelo de acción en el que la conducta aparecerá como un conjunto planificado y estructurado de operaciones encaminadas hacia un objetivo. Para aplicar en la práctica esta formulación y para sustituir el viejo modelo de reflejo de la conducta proponen el esquema TOTE (Test-Operación (acción)-Test-Éxito).

h. El método Feldenkrais

Otros planteamientos sitúan el énfasis en el inicial conocimiento y estructuración del organismo consigo mismo. Para ellos, sólo desde la base que ofrece su utilización como referente podrá entenderse adecuadamente el medio, emitirse una respuesta coherente y, sobre todo, identificar la motivación más adecuada para orientarla. La ordenación y el entendimiento del universo requiere que el sujeto, de manera ineludible, cuente con la referencia inicial que representa su propia imagen, su cuerpo, sus aptitudes y, en definitiva, su capacidad de actuación a través del movimiento.

Moshe Feldenkrais fundamenta su procedimiento de intervención en la reestructuración de una autoimagen que estaría compuesta por cuatro elementos los cuales, por otra parte, son los mismos que intervienen en toda respuesta, acción, praxia o conducta: el movimiento, la sensación, el sentimiento y el pensamiento[12].

i. La Eutonía

Para conseguir los objetivos que permiten la mejor adaptación del individuo, Gerda Alexander, por su parte, propone alcanzar la “eutonía” o toma de conciencia de la unidad psicofísica del ser humano[13]. La experiencia eutónica la basa en el contacto permanente con el medio y sólo como resultado de esta relación se conseguiría estructurar la unidad psicofísica.

Para conseguir alcanzar el estado de eutonía, y como consecuencia el equilibrio entre las dimensiones físicas y psíquicas del sujeto, es necesario que su relación con el entorno no distorsione esta unidad en su conjunto y, además, enfocar intensamente y actuar conscientemente sobre las tensiones, musculares y nerviosas, y, especialmente, sobre el sistema neurovegetativo y neuromotor. Por tanto, la motricidad, como resultado de la información consciente e inconsciente, nunca podría reducirse a una sucesión de movimientos de contenido y significación exclusivamente mecánica. Por el contrario, para la eutonía, igual que para la Psicomotricidad, el objetivo fundamental es el movimiento voluntario, el “movimiento eutónico” que se obtiene cuando los músculos poseen un tono óptimo o, lo que es lo mismo, cuando la relación contracción tónica-contracción fásica es armónica.

Las evidentes coincidencias que existen entre las propuestas de H. Wallon y las de G. Alexander, para algunos psicomotricista, permiten encontrar un cierto paralelismo entre Psicomotricidad y Eutonía que compartirían espacios comunes y objetivos compartidos. La toma de conciencia que requiere la Eutonía resulta muy útil para el desarrollo de la conciencia corporal y para la construcción de la imagen del cuerpo que, como objetivo, tanto interesa a los psicomotricistas. Igualmente, otras nociones relacionadas con la percepción interoceptiva, con la propiocepción o con el contacto, por ejemplo, serán referentes constantes para el diseño antropológico de ambas técnicas[14].

j. Teorías de inspiración psicoanalítica

Sea cual fuere el término utilizado para aludirlas, bioenergética, vegetoterapia, etc., en todos los casos, los distintos modelos de inspiración psicoanalítica conceden una extraordinaria importancia al tono muscular como elemento regulador, expresivo y de relación del cuerpo, del yo, con su medio. La otra característica que, de manera genérica, identifica a cuantas teorías participan de una base psicoanalítica es que todas admiten, en su formulación, la existencia del inconsciente y, por consiguiente, de cuantas dinámicas acontecen en este nivel de conciencia.

Algunos relacionan la corriente bioenergética con un numeroso grupo de psicólogos en el que, de distinta manera, estarían integrados autores tan destacados como S. Freud, C.J. Jung, W. Reich o A. Lowen. En los planteamientos de todos ellos, aun con diversas matizaciones, como elemento estructurador básico, siempre está presente el concepto de energía.

Tradicionalmente, el psicoanálisis clásico ha utilizado el término “pulsión” para designar al elemento dinamizador de la conducta humana. Este impulso biológico, básicamente, serviría como recurso útil para garantizar la integridad del cuerpo y la conservación de la especie asumiendo así, ante todo, un fin estrictamente vinculado con la supervivencia del ser humano. Para hacer más eficaz esta función, Freud la concibe absolutamente ligada con el placer y el displacer y entiende la unión entre pulsión y afectos como el origen de todo dinamismo del pensamiento y como fundamento de la estructura somato-psíquica de la persona.

Para Reich, sin embargo, su peculiar versión de la energía, la orgónica, se generaría en distintas fuentes: como consecuencia del metabolismo, a través de la respiración, mediante la fricción de dos cuerpos o como efecto de la acción de los sistemas vegetativos, sanguíneo y linfático. El movimiento básico de la energía, cualquiera que sea su explicación, se concretaría en la “pulsación” que se manifiesta mediante dos funciones opuestas: la expansión y la contracción. Según la teoría de W. Reich, se conseguiría el equilibrio entre ambas a través de un orgasmo perfecto que, en todo caso, no es identificable, exclusivamente, con la eyaculación o el clímax. De otra forma, la energía retenida produce ansiedad y tensiones musculares que suelen aliviarse momentáneamente y de manera imperfecta mediante la realización de actividades inadecuadas, formaciones reactivas y neuróticas, impidiendo la respiración profunda para disminuir la carga de energía o creando una coraza muscular que impida el flujo y la expresión de la energía.

Keleman, por su parte, hace mayor hincapié en la necesidad de ajustar la conducta del sujeto a un “principio organizador” basado en aquella cualidad innata y fundamental del ser vivo que le hace tender hacia la búsqueda de un orden[15]. Enlaza así con los planteamientos de la Gestalt describiendo la naturaleza del movimiento básico como una reacción que ha de orientarse hacia la forma, tanto común como individual. Formar, por tanto, requiere dotar de una organización a la pulsación que, en este caso, se refiere al proceso excitación-liberación que, para Keleman, constituye la clave del proceso de la existencia.

Alexander Lowen afirma que, aun desde una perspectiva dualista, toda acción puede contemplarse como si se efectuara en dos niveles al mismo tiempo: somático y psíquico. Así entendido el comportamiento, la organización de los procesos mentales se podría relacionar con la correspondiente organización de los procesos corporales y, como consecuencia, habría que considerar que los conceptos de Yo, Ello y Superego tendrían su duplicado, claramente definido, en la dimensión somática.

Siguiendo el modelo freudiano, Lowen considera que los procesos inconsciente se rigen por una ley distinta a la que rige las actividades mentales conscientes[16]. Aquellos procesos, primarios y más antiguos, serían residuos de una fase de desarrollo en la que constituían el único proceso mental posible: el proceso placer-dolor. Según el “principio del placer” enunciado por Freud, el organismo siempre busca el placer y evita el displacer entendiendo por displacer el aumento de excitación y por placer su disminución. La excitación se manifiesta y la constituye la tensión y el placer la disminución de tensión, lo cual es un planteamiento que posee cierto grado de semejanza con el principio homeostático enunciado anteriormente. Por tanto, para el autor de “La espiritualidad del cuerpo”[17], todo cambio bioenergético actúa simultáneamente en dos niveles claramente diferenciados, ya que a nivel somático se produce un incremento de la motilidad, la coordinación y el control, y a nivel psíquico tiene lugar una reorganización del pensamiento y de las actitudes.

2. La praxia

Situados en la perspectiva psicomotriz es inevitable hacer alusión al proceso que, progresivamente, ha ido enriqueciendo la descripción conceptual de movimiento hasta desembocar en otra noción que expresase más fiel y completamente la totalidad de la significación que es susceptible de contener.

De entre los términos al uso parece que, en la mayoría de los casos, el más apropiado sería el de praxia. Con este término se pretende identificar aquellos actos motores que evidencian el nivel más elevado de lo que, para algunos, sería la conducta programada del hombre.

a. La conducta programada

Se denominan “patrones fijos de conducta o movimientos hereditarios” aquellos actos motores, relativamente constantes en su forma de producción, que suelen estar presentes en todos los individuos de la especie: posturas de amenaza, las que expresan sumisión, secuencias motoras de cortejo, etc. Lo característico de estos movimientos es su forma estereotipada, su escasa capacidad de modificación mediante el aprendizaje y su temprana aparición. En ocasiones, a estos movimientos también se les denomina “reflejos arcaicos” y, en el hombre, suelen ostentar la misión de proporcionar al neonato el mínimo repertorio gestual que garantice su supervivencia, el inicial establecimiento de relaciones objetales y la base necesaria para una posterior adquisición de praxias y habilidades que le doten de la autonomía necesaria para su desarrollo y maduración mediante la ejecución de un comportamiento cada vez másvariado, adaptado, amplio, idóneo y eficaz en la resolución de la tarea adaptativa. A partir de esta base motriz, que garantiza el código genético, el niño podrá iniciar el reconocimiento de su entorno y su dominio, conseguir las primeras nociones sobre su propia realidad y adquirir el necesario caudal de experiencias imprescindibles para la adaptación plástica de su proceso evolutivo.

A los estímulos capaces de inducir estas conductas estereotipadas, la Etiología los denomina “estímulos lave o desencadenadores”[18] y se ha supuesto para ellos la existencia de un sistema receptor, el “mecanismo desencadenador innato” (M.D.I.), capaz de identificarlos e interpretarlos. En el hombre estos mecanismos estarían presentes en muchas de sus conductas (sexuales, protectoras de la prole, etc.) y a ellos recurren frecuentemente las técnicas publicitarias para aumentar la eficacia de sus mensajes.

Por tanto, el comportamiento de un individuo no solo es el resultado de experiencias pretéritas, sino que también dependerá de otras demandas endógenas generalmente determinadas por la actividad endocrina. Es a esta predisposición para actuar en determinada dirección a lo que suele denominarse “motivación”. Estas motivaciones, además de estar dirigidas a la recuperación del equilibrio homeostático que se establece entre el organismo y su medio o a procurar la satisfacción de necesidades de tipo emocional, también se encaminan a la obtención de aquellos aprendizajes (explorar, imitar, representar, etc.) que potenciarán el desarrollo de su psiquismo. Para la Educación Física es en esta clave donde sería muy importante la interpretación y el análisis de la actividad lúdica del niño.

Sin embargo, si los animales y los hombres sólo fueran capaces de actuar según las rígidas directrices de su código genético sería muy difícil su adaptación a las distintas modificaciones que el medio pudiera experimentar. Necesita de nuevas estrategias adquiridas mediante el aprendizaje, en la experiencia y en el conocimiento de sus propias capacidades para modelar su comportamiento. Estos aprendizajes o “impregnaciones”, en opinión de K. Lorenz, se producen en ciertos momentos previamente determinados por los programas genéticos. Estas impregnaciones o “troquelados” se caracterizan porque el aprendizaje sólo puede adquirirse durante aquel período del desarrollo en el que se vincula al organismo y al proceso de aprendizaje con alguna respuesta vital. Estos mismos procesos, que J. Paiget denomina “receptividades especiales”, transitoriamente estarían destinados a la obtención de una nueva capacidad.

b. La conducta intencional

Paolo Raimondi distingue cinco modelos de producción de acciones[19]:

– Mecánico o aquel que, para su explicación, sólo aplica las leyes de la Física.

– Biomecánico, que considera al hombre como un objeto sometido a leyes físicas y mecánicas.

– Neuromotor, interesado por los mecanismos nerviosos y la emisión de señales y órdenes.

– Neuropsicológico que, como el de Luria, sitúa en primer plano las aferencias que se producen en los distintos niveles del Sistema Nervioso.

– Cibernético, que pretende explicar los mecanismos de autorregulación de la conducta y de información de retorno.

Este modelo de comportamiento motriz destaca tres elementos como componentes básicos del acto motor: la aferencia cinestésica que llega al cerebro desde el miembro o miembros encargados de ejecutar la acción; el componente de programación; y el componente ejecutivo que realiza el acto programado o tarea motriz.

El acto voluntario, para A.R. Luria, estaría determinado, ante todo, por la tarea motriz. La regulación del movimiento requiere de una continua reaferenciación en forma de incesantes señales propioceptivas procedentes de los músculos y articulaciones implicadas en el movimiento. Sin embargo, aunque el acto motor voluntario no es exclusivo de la función cortical en él, la intencionalidad, es el principal componente que facilita el inicio de la acción y los sistemas aferentes que transmiten la información se constituyen en su base.

Para Luria quedaba demostrado que el comportamiento humano posee un carácter activo que no estaría configurado solamente por la experiencia pasada, sino también por los planes que se formulan para el futuro y que, en el cerebro humano, se constituyen en notables instrumentos no solo para crear modelos sino, además, para subordinar su conducta a ellos. Considera al cerebro humano como un sistema funcional altamente complejo y de construcción única que trabaja sobre nuevos principios. Estos principios pueden ser representados, por analogía, como mecánicas muy sofisticadas[20]. Bernstein, después de demostrar la “incontrolabilidad” intrínseca de los movimientos por impulsos eferentes, se vió obligado a confeccionar un esquema para la comprensión de los actos motores y una teoría para analizar los niveles en que realiza la construcción del movimiento. En ella, además de los sinergismos innatos o elementales, se integran las formas más complejas y específicas de la actividad humana. El punto de partida que, sobre la estructura del movimiento, adopta Bernstein se refiere al papel dominante de los sistemas aferentes que se diferenciarían en cada nivel dando lugar a diferentes tipos de movimientos y acciones.

El componente inicial de la acción y del movimiento voluntario es la intención o tarea motora que, en el hombre, raramente es simple o directamente dirigida a un estímulo externo, sino que crea un modelo de “necesidad futura” aunque, como afirma Luria, sería un error pensar que la labor motora invariable crea un programa constante para la conclusión de la acción requerida. Por el contrario, posee más importancia el hecho de que la labor motora invariable se lleve a cabo o no mediante un conjunto de movimientos fijos y constantes, se constituya “por un conjunto de movimientos variables que, sin embargo, desembocan en el efecto constante e invariable”[21]. Para J. de Ajuriaguerra, el desarrollo motor pasaría por diferentes fases[22]:

1ª. La organización del esqueleto motor, la organización tónica de fondo, la organización propioceptiva y la desaparición de las reacciones primitivas. La actualización de las reacciones reflejas constituye una modalidad asimiladora que se acomoda al medio en cuanto se pone en funcionamiento.

2ª. Organización del plano motor pasando de la integración sucesiva a la integración simultánea. La melodía cinética se caracteriza por una modalidad, perfeccionada espacio-temporalmente, de formas que crean al deshacerse y rehacerse. Se pasa de un plano metamérico a una labilidad funcional que, al desarrollarse, se consolida en relación con el funcionamiento plástico de las funciones anatómicas y con el plano gnósico y social descubierto y progresivamente creciente.

3ª. La automatización de lo adquirido.

En estas tres fases el tono y la motilidad no están aislados, sino que ésta se enriquece mediante condicionamientos e inhibiciones propios o ajenos al sistema. Por tanto, lo que Ajuriaguerra denomina “aspecto psicomotor”[23], estará determinado por la maduración motora en lo que depende de sus aspectos neurológicos y, también, por la forma de desarrollo que adoptan los que denomina “sistemas de referencias”, a saber: el constructo espacial originado por la sensomotricidad que, a su vez, configura la psicomotricidad, y la evolución de los planos perceptivo, gnosoconstructivo y corporal.

La acción práxica sólo es determinable por sus implicaciones figurativas operativas que coincidirían con los dos aspectos que, para Jean Piaget, comporta el pensamiento representativo. Por tanto, sería un error analizar la psicomotricidad sólo en su plano motor y empeñarse, exclusivamente, en el estudio de un “hombre motor”[24]. Eso nos llevaría a despersonalizar por completo la función motora y a considerar la motricidad como una simple función instrumental, ejecutiva y dependiente de la puesta en marcha de unos sistemas por una fuerza extraña, tanto si su origen es exógeno como si es endógeno. Por el contrario, los cambios tónicos y la actividad motora han de considerarse, a un tiempo, como expresión y reacción. Como afirma Kauders, aunque existe un límite entre la serie de fenómenos motores y psíquicos, existe una unidad de manifestaciones y hechos reales[25].

c. El concepto de praxia

Etimológicamente, praxia proviene del griego “pratto” que significa atravesar, realizar, cometer, obrar. “Prakteos” haría referencia a aquello que ha de realizarse. En francés, praxis adquiere un significado que alude a la actividad en función de un resultado, opuesta al conocimiento y al ser.

Este término, para Scherrer representa el “resultado de la transformación de un impulso nervioso en energía mecánica, que se traduce, bien en una fuerza, bien en un movimiento, tanto en la vida vegetativa como en la vida de relación”[26]. Estas praxias, según estos autores, pueden ser de dos clases[27]: los reflejos, que inscritos en el patrimonio filogenético constituyen el fundamento principal del comportamiento de las especies animales inferiores; y voluntarios y automáticos, que se definen como resultado del aprendizaje y que caracterizan la motricidad humana. Por tanto, podríamos hablar de praxia cuando la “interacción iniciación/control voluntario/automatismos está en el origen del movimiento más o menos complejo, adaptado a un fin específico”[28]. Para Guyton el modelo teórico de la génesis a la que se ajusta el movimiento voluntario incluiría tres aspectos principales[29]:

– Origen del pensamiento del acto motor a cumplir.

– Determinación de las secuencias de los movimientos necesarios para la ejecución del acto.

– Control de los movimientos.

Este esquema sensorial, para Guyton, representa lo que el denomina “patrones o modelos de movimiento”, una zona donde “una persona experimenta los efectos de los movimientos motores y registra los <recuerdos> de los diferentes tipos de movimientos”[30]. Cuando se quiere realizar una acción se recurre a estos “engramas” y, después, se activa el sistema motor del cerebelo para reproducir aquella sensación. Considerado el engrama así, ha de tenerse en cuenta que[31]:

– No se puede aplicar a cualquier forma de movimiento.

– Algunas actividades son tan rápidas que no da tiempo a que sean controladas por el feed-back.

– El control de estos movimientos rápidos se establece en el cerebelo frontal. Son los engramas motores a los que Guyton se refiere para diferenciarlos de los anteriores.

– Con la repetición se afirma el engrama sensorial al mismo tiempo que otro engrama motor se desarrolla en las área motrices. A esto Guyton lo denomina “imagen de función motora hábil”[32].

Desde otro punto de vista, Jean Piaget, describe la praxia como un sistema de movimientos que se encuentran coordinados y adaptados en función de una intención específica. Este sistema se adquiere como consecuencia de las acciones reflejas y para su formación y ejecución depende de los procesos que él denomina asimilación y acomodación y que hacen posible la adaptación al medio.

H. Wallon, por su parte, destaca la dificultad de conlleva el afirmar que un acto o un simple movimiento no poseen concomitancias psíquicas. Él afirma que incluso “el gesto funcional va acompañado de cierto placer”, que el placer está ligado al ejercicio de la función[33]. Aclara que la ejecución motriz se basa en determinadas pautas psicológicas entre las que destaca:

– El tono de base o grado de contracción de los músculos en reposo.

– La adaptación de la aptitud al gesto.

– El control de los movimientos segmentarios y la selección de los movimientos necesarios y útiles para la ejecución del movimiento.

J. de Ajuriaguerra continua el planteamiento de Wallon cuando caracteriza las dispraxias como disturbios en la organización del espacio y en el esquema corporal o conocimiento del propio cuerpo. Por tanto, los trastornos práxicos (apraxias o dispraxias) serían el resultado de la alteración de la eficacia y precisión de los movimientos intencionales. Esteban Levin, coincidiendo con este modelo conceptual de lo que es una praxia, denomina “secuencia motriz” a los diferentes pasos que finalizan con la ejecución de una acción. Entre ellos destaca[34]:

– El reconocimiento y la implementación del objeto que significa, por ejemplo, la denominación del objeto y el conocimiento de su utilidad.

– La proyección cinética o anticipación mental de los movimientos necesarios para la ejecución de la acción.

– La ejecución misma, la realización de la acción.

Para organizar la praxia serían necesarios unos elementos que Levin clasifica atendiendo a las dimensiones hasta ahora habían servido para estructurar la naturaleza humana y su comportamiento:

-Operadores motrices, que concretan el aparato biomecánico disponible.

– Operadores psíquicos que aportan el deseo, la idea de los que ha de hacerse.

– Operadores psicomotrices, que implican la realización motriz, la ejecución de la función y cómo utilizar el movimiento. Como recuerda Bergés, esta realización motriz estaría ligada al principio del placer.

Para resumir todo los dicho con relación al movimiento deberíamos concluir advirtiendo que el psicomotricista no se ocupa de lo motor sino de lo psicomotor, es decir, de los movimientos que Levin considera que están mediatizados y afectados por el lenguaje[35]. Su intervención se encuentra siempre situada entre lo puramente instrumental y lo representativo; el abordaje lo llevará a cabo en el punto que articula ambas dimensiones que no es sino lo que ha de considerarse como la realización psicomotriz.

Anita J. Harrow intenta ordenar la compleja articulación de tantas dimensiones distintas como están presentes alrededor de la concreción motriz que es la acción y, desde una perspectiva psicomotricista, destaca lo que ella considera que serían tres posibles modelos de actividades psicomotoras[36]:

– El modelo de C.E. Rasdale. Según este autor cualquier tipo de aprendizaje siempre contiene algún tipo de movimiento por lo clasifica las actividades motoras en tres clases[37]: las actividades objetivas motoras que se emplean fundamentalmente para la manipulación de los objetos; las actividades motoras orales ejecutadas por los órganos de articulación oral, el ojo, la mano o cuantos órganos sirven para la transmisión de ideas mediante la realización de actos con valor simbólico; las actividades sensitivo-motoras mediante las cuales se expresan las actitudes, los sentimientos o las emociones.

– El modelo de Elizabeth Jane Simpson. Su modelo para la clasificación de las actividades psicomotoras comprende siete niveles jerárquicos los cuales, a su vez, poseen diversas subclases: 1º. La percepción en la que incluye la estimulación sensitiva, la selección clave y la transferencia (interpretación); 2º. El equipo mental, físico y emotivo (preparación); 3º. El nivel de las reacciones orientadas que trata de la imitación y del aprendizaje por ensayo-error (aprendizaje); 4º. El que llama “mecanismo” y que se ocupa de la mecánica de los movimientos y de la habituación a ellos (habituación); 5º. Las reacciones complejas abiertas (realización); 6º. La adaptación (introducción de cambios); 7º. La excitación (creación).

– El modelo de Robert J. Kibler, Larry L. Barker y David T. Miles. Divide las actividades del ámbito psicomotor en cuatro clases fundamentales: la primera estaría constituida por los movimientos somáticos generales como son, por ejemplo, los de locomoción; la segunda, las actividades que realizan las funciones de coordinación especializada como es el caso de la manipulación y de la coordinación viso-motora; la tercera permite la transmisión de los sentimientos y de las actitudes; y la cuarta, las actitudes expresivas.

3. La acción motriz

Más recientemente se ha vuelto a recurrir a la utilización del término de acción para, con él, intentar una revisión del cuerpo teórico y metodológico de la Educación Física. Casi como una reacción frente a la Psicomotricidad algunos autores, como Pierre Parlebas, han pretendido resaltar los aspectos sociológicos del movimiento. Desde su inspiración se ha concretado una alternativa autodenominada Praxiología que, con una metodología estructuralista, realiza una revisión que pretende ser novedosa en Educación Física.

La Praxiología motriz destaca la “acción motriz” como objeto de su conocimiento. Esta acción la entiende como “una manifestación de la persona que toma sentido en un contexto a partir de un conjunto organizado de condiciones que definen objetivos motores”[38]. Como puede apreciarse, esta definición inmediatamente revela resonancias de otros conceptos que, como son las nociones de conducta motriz o de comportamiento motor, en opinión de esta corriente, reducen la significación del movimiento humano. Quizá sea por eso por lo que la Praxiología motriz, como teoría de la acción, propone incluir en la definición de “acción motriz” los contenidos propios de la conducta motriz y sustituir el reduccionismo aplicado a la noción “movimiento” por el de su significación (o sentido) de la motricidad de la persona. Para completar la descripción de acción motriz introduce en su definición lo que consideran las principales características de toda acción: situación (como estructura de datos; toma de sentido; realización (como forma de manifestación de la persona; condiciones de realización; y objetivos o fines a lograr con la producción de la situación por parte de la persona.

Finalmente, como rasgo característico, toda acción motriz la identifican con la búsqueda del logro de objetivos motores o con los fines dirigidos expresamente a una producción motriz y de la persona. Desde esta descripción inicial organizan un modelo de acción cuya estructura se sustenta en dos conceptos básicos:

– La “situación motriz” o estructura de datos que surge de la realización de una tarea motriz (juego, deportes, mimo, etc.).

– La “tarea motriz” o conjunto organizado de condiciones que definen objetivos motores.

Quizá por eso, la Praxiología, en tanto que “ciencia de la acción motriz cuyo ámbito de estudio son las situaciones motrices, en el proceso de construcción de los saberes que a partir de la misma se puedan generar, trata de hacer aportaciones elaboradas desde su propia especificidad”[39]. Esto la reduce a una metodología encaminada a la construcción de un conocimiento científico cuya principal aspiración parece centrarse en el análisis y clasificación de actividades, de situaciones motrices, partiendo de criterios de especificidad y desde la lógica interna de dichas situaciones como son: el objetivo motor prioritario de la tarea planteada; el tipo de interacción motriz que se suscita entre los participantes; los aspectos especiales referidos a su estandarización o los objetivos motores de la tarea como puede ser situar al móvil en un espacio y/o evitarlo, efectuar y/o evitar traslaciones, combatir cuerpo a cuerpo y/o evitarlo, reproducir modelos y/o evitarlo, ejecutar actividades interoceptivas, etc.

Con este procedimiento, los seguidores de la corriente praxiológica afirman que se puede aspirar a que los alumnos mejoren los procesos de identificación de los objetivos distinguiéndolos de las tareas a través del planteamiento de sistemas que pertenezcan al mismo “grupo” de prácticas motrices ya sean de carácter expresivo, lúdico o deportivo, así como ayudar a fomentar y facilitar la creación y el desarrollo de los modelos y procesos de enseñanza-aprendizaje que profundicen en los de tipo global y cognitivo-motriz.

Es evidente que esta concepción de la acción motriz, como su propio nombre indica, está muy alejada de la propuesta unitaria y globalista que la Psicomotricidad ha ido construyendo. Pese a sus afirmaciones, quedaría más cerca de un ámbito de comprensión reducida del aprendizaje motor, más propio de la destreza que de la conducta. En definitiva, no creemos que aporte, al clásico concepto de praxia, otra cosa que un análisis de carácter estructuralista. El mismo Parlebas, ensayando una nueva síntesis, ¿una nueva disciplina?, basada en la acción motriz llegará a afirmar que es esta la que proporciona identidad, la que confiere unidad, la que proporciona especificidad a la Educación Física debiendo llamarse “motricistas” a quien trabaja en este campo.

Esta Educación Física, con ayuda de sus técnicas específicas (deportivas, lúdicas, etc.) pretenderá intervenir en la personalidad del alumno para conseguir objetivos que, de alguna manera, afectarían a todos los dominios: desarrollo del dominio emocional, desarrollo de la inteligencia motriz, desarrollo de las capacidades emocionales y, con la intervención del cuerpo y la acción, entrar en contacto con los demás[40].

Sin embargo, J. Hernández no admite que la praxiología y la Educación Física puedan ser parte de un sistema más amplio sino que, por el contrario, afirma que son cosas distintas. Y así, mientras que la Praxiología estudia la “acción motriz” la Educación Física se ocuparía de la “conducta motriz” que entiende como una “organización significante del comportamiento motor o el comportamiento motor en tanto que es portador de significación”[41].

4. Modelos de movimiento

Como afirma J. Buytendijk, al movimiento se le podrían atribuir distintas significaciones, expresiva o intencional que, en todos los casos, representarían la expresión de una existencia[42]. A cualquier estudio que pretenda analizar el movimiento, este planteamiento, le impone la obligatoria consideración de la subjetividad que lo realiza[43]. De acuerdo con estos planteamientos, Víctor da Fonseca propone que el análisis del movimiento no solo debería superar la obsoleta perspectiva biomecánica, e incluso la neurológica, sino que, como mínimo, estaría obligado a considerar los siguientes aspectos: las facultades que posibilitan la realización de una conducta; las funciones y mecanismos que permiten una conducta; la consideración del movimiento como tal conducta; y el movimiento como forma de expresión de la relación existente entre el organismo y su medio. En consecuencia, para el estudio del movimiento, Da Fonseca propone partir de un concepto neogenético que considera al individuo “como un ser portador de relaciones con su mundo y con su propia corporalidad”[44].

Coincidiendo con J. de Ajuriaguerra creemos que, en términos generales, ha de entenderse el movimiento o la conducta motriz, al menos, desde tres perspectivas las cuales no solo describen el fenómeno situando el énfasis en aspectos claramente diferenciados sino que, sobre todo, inspiran distintas estrategias de intervención, definen campos de aplicación concretos y sugieren también fines específicos para cada uno de ellas[45]. Entre estas perspectivas podríamos señalar las siguientes:

Psicofisiológica, relacionada con cuestiones de aprendizaje y de condicionamiento.

Psicoafectiva, relacionada con la emotividad, lo emocional y las motivaciones profundas.

Psicosocial, relacionada con problemas de imitación y dinámicas de oposición o afirmación y con las implicaciones del sujeto frente al mundo.

Los posibles compromisos conceptuales necesarios para entender de manera coherente, el dominio psíquico y el motor integrados en un constructo más complejo, darán lugar a modelos o procedimientos de intervención distintos. Algunos pretenden eludirla la necesaria elección entre ellos con el diseño de un procedimiento genérico capaz de adaptarse a cualquier campo de actuación y susceptible de conseguir la totalidad de los objetivos. Nosotros pensamos que esta solución ni es eficaz ni es posible. Sin que esto signifique el abandono de nuestra apuesta por el sincretismo y la globalidad, entendemos, como ocurre con muchas terapias, que es el procedimiento de intervención el que ha de adaptarse a la circunstancia y a los objetivos aunque este ejercicio suponga una exigencia de especificidad o la limitación de su hipotético espectro de actuación. En consecuencia, aunque seguimos respetando determinados principios doctrinales, técnicos o metodológicos, creemos que en un proceso de intervención es posible la coexistencia y la complementariedad de distintas metodologías en función de cual sea la especificidad de cada una de ellas en la selección de objetivos o en los fines que persigan. Quizá por eso, todos los contenidos que actualmente se distinguen en el análisis del movimiento intentan coincidir en aspectos genéricos y fundamentales para desde ellos elaborar un corpus común. En este sentido H. Montagner plantea como hipótesis que los elementos y mecanismos que rigen el desarrollo de la motricidad se ajustan al siguiente esquema [46]: esqueleto tónico a través del cual se expresan y regulan las emociones; capacidad de autoconstrucción de la acción; capacidad de autorregulación de la acción. Este esquema se manifestaría a través de tres niveles funcionales:

– Regula las primeras relaciones individuo-mundo.

– Analiza e integra las informaciones específicas de cada sentido.

– Programa y finaliza comportamientos.

Desde esta perspectiva, generalmente aceptada, es posible reivindicar la noción de “personalidad” como objeto de la intervención. La sustitución, en la ecuación inicial (O-M), del miembro (O) por el Yo (YO-M) abriría posibilidades inéditas hasta entonces donde, básicamente, se entiende el comportamiento como un conjunto de conductas lo cual, como es sabido, lo relaciona con el mismo concepto de personalidad.

5. Bases y atributos del movimiento

Siguiendo una sistematización taxonómica más convencional podemos distinguir entre movimiento y acción aun siendo conscientes de que podrían establecerse más categorías que identificaran los distintos matices que destacan las variadas interpretaciones que de este concepto pueden realizarse o los diferentes criterios que para su consideración pueden emplearse. Ambos términos están referidos a manifestaciones conductuales idénticas por lo que, quizás, el único rasgo que nos permita su diferenciación sea la intervención de la intencionalidad en el diseño y ejecución del acto motriz y, posiblemente también, la amplitud de las dimensiones intervinientes: el ámbito cognitivo, el social, el afectivo, el emocional, etc.

Inicialmente hemos de considerar que el concepto de actividad orientada hacia la consecución de un objetivo es la más adecuada descripción para definir los comportamientos aunque no por eso deje de incluir un contenido originalmente biológico. Según cuáles sean estos objetivos podemos clasificar las acciones en las siguientes categorías[47]:

– Comportamientos de exploración: cuando el objetivo de la conducta es aumento la captación de información procedente del medio, el receptor puede movilizarse con este fin como ocurre, por ejemplo, en el caso de la mano que intenta captar la sensación hepática o el ojo para ampliar su capacidad de visión.

– Comportamientos de acción física: cuando la acción pretende la modificación de las relaciones físicas con el medio.

– Comportamientos de comunicación: cuando el objetivo de las acciones es el establecimiento de vínculos de comunicación, de intercambio de mensajes o la modificación de los comportamientos de otro sujeto mediante la emisión de información.

Como parece evidente, la metodología de la intervención ha de considerar con mucha atención la naturaleza de la acción que conviene emplear para, en función de sus objetivos y finalidades, conseguir unos determinados efectos sobre la estructura psicomotriz del individuo. Esta diversidad de intencionalidades determina la variedad de posibilidades que caracteriza el uso de aquellos recursos y elementos necesarios para construir la acción. Por esta razón, también, deberemos analizar la acción desde claves diferentes que puedan desvelar los distintos factores determinantes de su ejecución. Asumiendo como base de la explicación de la conducta humana el modelo adaptativo, creemos que la respuesta no será sino la consecuencia de un gran número de factores que abarca desde el mismo estímulo desencadenante de la conducta hasta la eficacia en la ejecución de la acción. Al mismo ritmo que la Motricidad va alejándose de los viejos modelos neurofisiológicos iniciales va acercándose a nuevas formas de entender el movimiento y la acción intentará identificar con la conducta y el comportamiento. En este nuevo tipo de respuestas adaptativa suscitarán más interés los atributos relacionados con el ámbito cognitivo, expresivo y relacional en detrimento de aquellos otros propios de una cualificación de carácter biomecánico. En esta línea argumental, Moshe Feldenkrais, por ejemplo, considera que los elementos que han de caracterizar la acción han de ser: el movimiento, la sensación, el sentimiento y el pensamiento[48].

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[1] Cfr., Klemm, O: “Die entdeckung der bewsungs Gestalt”, en Die Arbeitsschule, nº 50, (1936), pp. 8-16 y Krueger, F. y Klemm, O (dir.): Motorik, en Neue Psychologische studiem, t. 9, CH. Beck’sche Verlagsbuchhandlung, Munich, 1933. (Citado por Thomas, Alexander: Psicología del deporte, Barcelona, Herder, 1982, p. 56).

[2] Kepner, James I.: Proceso corporal. Un enfoque gestalt para el trabajo corporal en psicoterapia, México, El Manual Moderno, 1992, p. 139.

[3] Ibid. p. 140.

[4] Ibid., p. 141.

[5] Weizsäcker, V.v.: Der Gestaltkreis. Theorie der Einheit von Wahrnehmung und Bewegung, Leipzig, Thieme, 1940. (Citado por Thomas, Alexander: Psicología del deporte, Barcelona, Herder, 1982, p. 58).

[6] Kepner, James I.: op. cit..

[7] Abernathy, R.A. y Waltz, M.: “Art and Sciencie of human movement”, Asociación Nacional de Educación Física de Universitarios, (1964). (Cit. por Harrow, Anita J.: Taxonomía del ámbito psicomotor, Alcoy, Ed. Marfil, 1978, p. 21).

[8] Barsch, Ray H.: “Archieving Perceptual-Motor efficiency”, en Space-Oriented approach to learning, Seattle. Washinton, Seattle Sequin School, 1967.

[9] Cratty, Brian J.: Movement behavior and motor learning, Filadelfia, Lee y Febriger, 1964, pp. 75-98.

[10] Rubistein, S.L: Sein und bewubtsein, Berlin, Academie-Vedrlag, 1972, p. 223. (Citado por Thomas, Alexander: Psicología del deporte, Barcelona, Herder, 1982, p. 62).

[11] Raum, H.: Zu einigen aspekten einer psychologischen haudlungs theorie, en … W. Hacker y otros: Psychologische arbeitsuntersuchung, Berlin, UEB Deut.Verlag der Wissensnschaften, 1973, pp. 20-41. (Citado por Thomas, Alexander: Psicología del deporte, Barcelona, Herder, 1982, p. 67).

[12] Feldenkrais, Moshe: Autoconciencia por el movimiento, Barcelona, Ed. Paidós, 1997.

[13] Alexander, Gerda: La eutonía, Barcelona, Ed. Paidós, 1998.

[14] Roca Martínez, Mª. Ángeles: Psicomotricidad y Eutonía, en … I Congreso Estatal de Psicomnotricidad, FAPEE, Barcelona, 2001, pp. 239 y ss.

[15] Keleman, Stanley: La experiencia somática, Bilbao, Ed. Desclée De Brouwer, 1997.

[16] Freud, Sigmund: Los dos principios del funcionamiento mental, en … Obras completas, 5, pp. 1638-1642. (Cit. por Lowen, Alexander: El lenguaje del cuerpo, Barcelona, Ed. Herder, 1995, p. 55).

[17] Lowen, Alexander: La espiritualidad del cuerpo, Buenos Aires, Ed. Paidós, 1993.

[18] Asensio, José María: op. cit.

[19] Raimondi, Paolo: Cinesiología y Psicomotricidad, Barcelona, Ed. Paidolibro, 1999, p. 9.

[20] Luria, A.R.: El cerebro en acción, Barcelona, Ed. Fontanella, 1974.

[21] Ibid., p. 246.

[22] Ajuriaguerra, J. de: Manual de Psiquiatría infantil, Barcelona, Ed. Masson, (4ª edicc.), 1993, p. 211.

[23] Ibid., p. 121.

[24] Ibid., p. 213.

[25] Citado por Ajuriaguerra, J. de: op. cit., p. 213.

[26] Cit. por Rigal, R.; Paoletti, R. y Portmann, M.: Motricidad: Aproximación psicofisiológica, Madrid, Ed. Pila Teleña, 1979, p. 13.

[27] Ibid, p. 27.

[28] Paoletti, R.: Procesos de adaptación del acto motor y el estudio de las praxias, en … Motricidad: Aproximación psicofisiológica, Madrid, Ed. Pila Teleña, 1987, p. 34)

[29] Ibid., pp. 48-50.

[30] Guyton, A.C.: Tratado de fisiología médica, Madrid, Emalsa Interamericana, división Mc Graw-Hill, 1988, p. 796.

[31] Ibid., p. 797.

[32] Ibid.

[33] Wallon, H.: La evolución psicológica del niño. (Cit. por Levin, Esteban: La clínica psicomotriz. El cuerpo en el lenguaje, Buenos Aires, Ed. Nueva Visión, 1995, p. 78).

[34] Levin, Esteban: La clínica psicomotriz. El cuerpo en el lenguaje, Buenos Aires, Ed. Nueva Visión, 1995, p. 79.

[35] Ibid., p. 80.

[36] Harrow, Anita J.: Taxonomía del ámbito psicomotor, Alcoy, Marfil, 1978, p. 25 y ss.

[37] Rasdale, C.E.: “Como adquieren los niños las distintas clases de actividades motoras”, Learning and instruction, (1950), pp. 69-91.

[38] Grupo de Estudios e Investigación Praxiológica (GEIP): “Hacia la construcción de un paradigma en Praxiología motriz: objeto, campo, clasificación e ideología”, Lecturas. Educación Física y Deportes, nº 28, (XII-2000).

[39] Ibid.

[40] Parlebas, P.: “Problemas teóricos y crisis actual en Educación Física”, Lecturas. Educación Física y Deportes, nº 19, (III-2000).

[41] Hernández Moreno, José: Los contenidos deportivos de la Educación Física escolar desde la praxiología motriz”, Lecturas: Educación Física y Deportes, nº 19, (III-2000).

[42] Buytendijk, J.: Attitudes et movement, Descleé De Brouwer, 1957.

[43] Cfr. Ajuriaguerra, J. de: Manual de Psiquiatría Infantil, Barcelona, Ed. Masson, (4ª edicc.), 1993.

[44] Fonseca, Víctor da: Estudio y génesis de la Psicomotricidad, Barcelona, INDE, 1996, p. 31.

[45] Cfr. Ajuriaguerra, J. de: Manual de Psiquiatría Infantil, Barcelona, Ed. Masson, (4ª edicc.), 1993. (Cit por Fonseca, Víctor da: op. cit, p. 32).

[46] Montagner recuerda como los psicólogos del desarrollo intentan comprender dos mecanismos diferentes: Mecanismos de preparación para la acción, de la acción en sí y los de corrección de esta última a medida que el niño va descubriendo su entorno físico; Los mecanismos anteriores con respecto a los demás y, como resultado de la regulación de los intercambios sociales, en función del contexto y de las experiencias individuales vividas sucesivamente. (Cfr., Montagner, H.: Prólogo, en … Vayer, P. y Toulouse, P.: Psicosociología de la acción, Madrid, ed. Científico Médica, 1987, p. XIV).

[47] Corraze, Jacques: Las bases neuropsicológicas del movimiento, Barcelona, Ed. Paidotribo, 1988, p. 14.

[48] Feldenkrais, Moshe: Autoconciencia por el movimiento, Barcelona, Ed. Paidós, 1997, p. 19.

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