¿SALUD PARA DURAR O BIENESTAR PARA VIVIR?

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José Luis Pastor Pradillo

Maestro de Enseñanza Primaria, Licenciado en Educación Física, Licenciado en Psicología. Doctor en Ciencias Sociales. Doctor en Ciencias de la Educación. Profesor Emérito de la Universidad de Alcalá. Ex Director de la Revista Española de Educación Física y Deportes.

¿SALUD PARA DURAR O BIENESTAR PARA VIVIR?

 

Antes de proceder a realizar cualquier tipo de reflexión alrededor del paradigma salud quizá fuera conveniente aclarar si este concepto es el que con mayor pertinencia ha de ser reclamado como elemento identificador y justificador de la práctica de la actividad física. Como punto inicial de esta revisión crítica deberíamos considerar que la capacidad que se suele atribuir a la actividad física para producir efectos saludable es la cualidad mínima que exigible en una actividad lícita, como ocurre con la totalidad de las actividades sociales que se consideran legales o cuya práctica está permitida. También, en principio, la lectura, el juego, las visitas a los familiares, la recreación en espacios de ocio, la seducción del sexo contrario o la práctica de la Psicología parecen actividades saludables y no por eso arguyen esta condición como paradigma orientador. Como todo el mundo puede imaginar, si cualquiera de estas actividades fueran intrínsecamente perjudiciales estarían reprimidas por la policía del Estado y consideradas ilegales por la normativa jurídica.

Sin embargo, considerada de manera específica ya sea como objeto de estudio o como actividad facultativa, en las distintas sistematizaciones provenientes de los ámbitos académico, científico o profesional, parece que la salud es algo propio, específico y exclusivo de las llamadas Ciencias de la Salud o del sector profesional médico-sanitario. Ni las Ciencias de la Actividad Física y del Deporte ni las ocupaciones profesionales o laborales a ellas vinculadas se encuentran incluidas en estas categorías. Esta circunstancia, que no es aleatoria, plantea una nueva consideración: ¿debería reivindicarse por parte de las Facultades de CC. de la AF y del Deporte su integración entre los centros donde se imparten los estudios que conforman el sector de las Ciencias de la Salud? ¿En qué casos el ejercicio profesional de estos titulados podría integrarse en el espacio profesional de la salud tal y como en la actualidad reclaman estérilmente, por ejemplo, los psicólogos clínicos? ¿Esta aspiración conllevaría aceptar el concepto de salud que impera en estas ciencias y que, como evidenciaba Pedro de Alcántara, está relacionado directamente con la presencia de la enfermedad?. Y si así fuera, a continuación, ¿la integración de estos profesionales en la estructura médico-sanitaria a que puestos estaría vinculada o a que funciones estarían referidas?.

Estas observaciones, en absoluto han de ser interpretadas como una posición opuesta a que, también, el oficio relacionado con la Licenciatura de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte asuma competencias o genere servicios relacionados con el tradicional concepto médico de salud. Por el contrario creemos que ya debería estar integrado en estos equipos multiprofesionales. Durante muchos años el Ministerio de Sanidad ha estado cubriendo plazas de Profesor de Educación Física sin que apenas trascendieran sus competencias, sus funciones e, incluso, su propia existencia ni siquiera entre aquellos que ostentaban esta titulación.

Por eso o para eso, es por lo que nos parece pertinente plantearnos como debería producirse esta integración en el supuesto de que el Licenciado en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte fuera aceptado en estos equipos, ¿como se integraría en su estructura? ¿estaría al mismo nivel que el resto de los Licenciados? ¿sus competencias le situarían por delante de los Diplomados, a su misma altura o subordinado a ellos? ¿con qué funciones, con qué autonomía o con qué responsabilidades se integraría al equipo? ¿en qué ámbitos, en qué campos de actuación o en qué clase de equipos se incluiría la figura del Licenciado en CCAF y del D? ¿por medio de qué técnicas podría desempeñar sus funciones, para que objetivos sería necesaria su presencia o en que terapias podría participar?.

Contestar a todos estos interrogantes afirmando, simplemente, que la actividad física debe tener como objetivo la salud porque “lo que no mata engorda” no justifica su trascendencia, su cuerpo doctrinal, sus campos de actuación o sus métodos. Afirmar, simplemente, que la actividad física es saludable sólo indica que no parece necesaria su inmediata ilegalización.

Por otra parte, a estas alturas, cuando perece evidenciarse el falso dilema que exige una elección ineludible entre Salud e Higiene, cuando parece que este último término empieza a ser utilizado con mayor asiduidad otra vez, especialmente dentro del ámbito educativo, a nosotros, particularmente, no nos parece esta elección la cuestión más importante. La historia nos demuestra la escasísima eficacia que, hasta hoy, se ha derivado del terco empeño con el que tradicionalmente se ha pretendido construir la identidad de la educación física mediante el fácil procedimiento de sustituir etiquetas. Finalmente, cualquiera que sea el término elegido o el acierto con que se haya realizado su selección poseerá una importancia relativa. Como ha ocurrido con la misma denominación de los estudios y de la profesión, la evolución conceptual, científica y profesional terminará por corregir erróneas decisiones casi siempre adoptadas por razones más cercanas a intereses corporativistas, a complejos de inferioridad mal resueltos, a certezas que se pretenden enmascarar o a ocurrencias de iluminados y mediocres necesitados de alimentar la vanidad de un ego narcisista.

Da igual que la denominación definitiva sea impuesta, elegida o sobrevenida, sólo será coherente y representativa cuando exponga fielmente unos contenidos suficientemente diferenciadores como para definir un concepto peculiar, específico y característico de la profesión relacionada con la actividad físico-deportiva.

  1. Concepto de salud

La construcción de ese concepto original y diferenciado no puede obviar una inercia que, de distintas formas, ha condicionado la inclusión de estos objetivos higiénico-saludables en el cuerpo doctrinal y el espacio profesional relacionado con las ciencias de la actividad física. En el relato histórico que describe la relación mantenida en los últimos ciento cincuenta años entre “salud” y “actividad física” podemos comprobar como siempre se ha supeditado la segunda a la primera. Con demasiada frecuencia la Gimnástica, o la educación física en general, se han empeñado en encontrar su justificación entre los fines de la higiene y evidenciando sus efectos saludables.

Inicialmente, sólo los servicios prestados a la salud perecían suficientes como para hacer olvidar la frivolidad del juego deportivo y su prescindible trascendencia social. Sin embargo, el auge del fenómeno deportivo indujo a la mayoría de los profesionales a considerarle como el principal elemento definidor de su identidad y a desentenderse de gran parte de las restantes posibilidades que hubiera sugerido un movimiento no limitado a una forma concreta de manifestación. Más tarde, agotada la alternativa deportiva como única vía de valoración, algunos, insatisfechos por los resultados, buscarán nuevos paradigmas que les permitan alardear de una trascendencia acorde con sus aspiraciones científicas, profesionales y de consideración social. Uno de los nuevos paradigmas elegidos para conseguir estos fines es el de “salud”.

Este paradigma, que algunos creen inédito y distinto del viejo compromiso con la Higiene, al menos inicialmente, se concreta en un constructo conceptual que se toma prestado de otras ciencias, como son las de la salud, y de otros ámbitos profesionales, como es el sector médico-sanitario[1].

Por esta razón nos parece conveniente iniciar el acercamiento a la definición de salud valorando las distintas tendencias que parecen incidir en la renovación del significado de esta versión específica. La evolución del concepto de salud que se está acuñando actualmente en los países desarrollados podríamos resumirla en tres rasgos característicos y fundamentales:

– El progresivo distanciamiento entre las nociones de salud y sanidad.

– La noción de salud que actualmente se considera posee un significado que ya no la identifica, en todos los casos, con la ausencia de enfermedad.

– La nueva significación del concepto de salud se refiere a algo positivo que supone para el individuo la recuperación de su autonomía, su responsabilidad y el control de su propio cuerpo.

Esta revisión conceptual no se ha producido de manera aleatoria o casual sino que ha sido el producto de la modificación de distintas variables sociales, económicas, científicas y de toda índole que J.A. Rodríguez y J.M. de Miguel resumen en las siguientes consideraciones[2]:

– Actualmente, el sector sanitario apenas es capaz de influenciar, por sí mismo, la modificación de las tasas de mortalidad.

– El desencanto en Occidente con respecto a la sanidad que se produce por diversas razones:

. La terapia de las enfermedades infecciosas se alcanza antes de que se produzcan los últimos avances tecnológicos médicos.

. El nivel de salud depende cada vez más de la conducta del sujeto y del control del medio-ambiente.

. Una serie de enfermedades crónicas no responden a los esfuerzos sanitarios.

. Algunos autores llegan a considerar a la Medicina como una amenaza para la sociedad y los pacientes.

. Se responsabiliza al sistema sanitario de “medicalizar” y crear juicios morales en torno a la población, que sirven, sobre todo, como un mecanismo de control social.

Recientes estudios en EE.UU. evidencian una tendencia que, de alguna manera, confirma estas argumentaciones. Desde los datos obtenidos por estas encuestas se afirma que un 30% de los americanos, defraudados por la eficacia de la medicina convencional empiezan a optar por otras terapias alternativas que llegan a incluir la llamada “curación espontánea” que propugna A. Weil, autor del «bestseller» así titulado[3]. Este médico de Arizona propugna de manera renovada, el viejo axioma de que la clave de la curación de todas las enfermedades se halla en nuestro propio cuerpo. Naturalmente que también comercializa una metodología “ad hoc” que garantiza “la salud óptima en ocho semanas. Desde planteamientos muy semejantes e incluso desde otros más cercanos al esoterismo que a la medicina alternativa, numerosos terapeutas, como Herbert Benson o el endocrinólogo Deepak Chopra, comercializan la edición de su bibliografía con tiradas millonarias donde se prometen resultados semejantes mediante la práctica de determinados prácticas corporales como puede ser la relajación, dietas exclusivas, ejercicios respiratorios, masajes o aromaterapia con las que, en definitiva, aseguran que consiguen dinamizar el mecanismo milagroso y suficiente para mantener la salud: la conexión adecuada y armónica entre el cuerpo y la mente.

Y así, parece que se difunde un nuevo concepto de salud muy cercano a la definición que formuló Ivan Illich cuando afirmaba que la salud no es sino la “intensidad con la que las personas solucionan o se adaptan a sus problemas internos y condiciones externas”[4]. Esta apreciación invalidaría, incluso, la actual tendencia a re-habilitar, a re-integrar, a des-intoxicar y a normalizar a las personas.

A menudo, la enfermedad es concebida como metáfora. Algunos autores creen que en la sociedad contemporánea puede convertirse en metáfora de aquello que reprobamos de manera que, a menudo, modificados los criterios del juicio social, también se varían los diagnósticos como ocurrió, por ejemplo en 1974, cuando la American Psychiatric Association, considerando que la verdad científica puede ser democrática, votó que la homosexualidad no era una enfermedad. Actualmente, al menos siguiendo los dictados de lo “políticamente correcto”, la “tolerancia” característica de la posmodernidad ni siquiera la califica de peculiaridad conductual sino que la otorga la naturaleza de “opción” como si ésta definición del rol sexual fuera fruto de un ejercicio consciente de voluntad o de una elección derivada del uso legítimo del libre albedrío. Si analizamos los últimos años, en la sociedad occidental, la consideración social de la homosexualidad, en función de la modificación de los paradigmas sociales, ha transcurrido por un itinerario formado por diversas valoraciones: como forma de delincuencia, como vicio y perversión sexual, como enfermedad o como un estilo de vida que ha de ser admitido por los demás.

En el seno de estos fenómenos, como denunciaba Foucould, con frecuencia se halla instalado el proceso de “medicalización” que algunos identifican con el procedimiento específico que trata por separado, y sólo desde la perspectiva sanitaria, problemas que, en el fondo, están unidos como ocurre, por ejemplo, entre salud y pobreza, en la relación trabajo-autoestima o cuando se procede a segregar y discriminar a las personas por razón de un proceso determinado y, en ocasiones, absolutamente natural como es, por ejemplo, el estado de gestación en las mujeres. Como reacción a este proceso se han formulado dos teorías críticas al actual sistema sanitario: la teoría político-económica o marxista y la teoría culturalista.

La Teoría político-económica o marxista: afirma que son los intereses materiales los que crean la desigualdad y los problemas dentro del sector sanitario produciendo una distribución desequilibrada de los recursos sanitarios que impone un acceso desigual de las personas a estos recursos.

– La Teoría culturalista: critica el conocimiento médico occidental y su aplicación. Pone en duda el valor de los servicios modernos occidentales y no cree que los recursos de atención sanitaria sean efectivos, ni humanos, ni deseables. Como conclusión proclama que no es deseable el acceso a algo que no es beneficioso.

Pero al margen de estas o cualesquiera otras consideraciones, suele admitirse que el sector sanitario, actualmente, cumple diversas funciones:

– Protege y legitima al sistema establecido, las relaciones de poder existentes, el orden social y apoya, en general, los procesos de industrialización y de urbanización que están en marcha.

– Institucionaliza insatisfacciones y problemas que se producen constantemente dentro de las sociedades avanzadas.

– Se niega analizar las verdaderas causas sociales y políticas que producen la enfermedad o, al menos, la insatisfacción de las personas.

Al margen de todas estas disquisiciones podemos mostrar algunos de los indicadores de salud más importantes a fin de evaluar hasta que punto el tema de la salud esta incidiendo en la sociedad actual, esta condicionando su desarrollo y, como consecuencia, se convierte en una variable, un fin o un objetivo que ha de ser incluido en el ámbito de la educación informal[5].

Indicadores de salud
Esperanza de vida Tasa de mortalidad entre los nacidos vivos
Mujeres Varones Infantil Perinatal
Portugal 75’0 67’0 2’60 2’55
Gran Bretaña 75’9 70’2 1’21 1’34
Bélgica 75’5 69’8 1’10 1’40
España 78’0 71’5 1’11 1’57
Italia 77’4 70’7 1’43 1’75
Alemania 76’5 69’7 1’27 1’16
Francia 78’3 70’1 1’01 1’29
Suecia 78’9 72’6 0’69 0’90
EE.UU 76’7 69’6 1’26 1’32
Fuente: OECD. Measuring Health Care, 1960-83: Expenditure, Cots and Performance, Paris, OECD, 1985, p. 131.
Evolución de la esperanza de vida al nacer (España)
Año Varones Mujeres Total Diferencia
1900 33’85 37’70 34’76 3’85
1910 40’92 42’56 40’73 1’64
1920 40’26 40’05 41’15 -0’21
1930 48’38 51’60 49’97 3’22
1940 47’12 53’24 50’10 6’12
1950 59’81 64’32 62’10 4’51
1960 67’40 72’16 69’85 4’76
1970 69’57 75’06 72’36 5’43
1980 72’55 78’59 75’62 6’04
Fuente: Instituto Nacional de Estadística: Anuario Estadístico de España, 1986, Madrid, INE, 1987, p. 65.

Boltanski, Herzlich, Jodelet y Houtand evidenciaron que en una misma sociedad y en un momento dado, las representaciones sociales de la salud varían de un grupo social a otro, de una posición social a otra. Esta circunstancia permitieron diferenciar diversas formas de entender la salud[6]:

Salud-vacío: o ausencia de consciencia del cuerpo y ausencia de enfermedad.

Fondo de salud: o nociones de robustez, fuerza y resistencia a las enfermedades.

Equilibrio físico o psicológico y social.

Es posible que la renovación del significado de salud que en la actualidad se utiliza se caracterice por la inclusión de nuevos contenidos entre los que destaca el de “bienestar”. Es esta noción, de absoluto carácter subjetivo, la que con mayor claridad ha sustituido o complementado la vieja exigencia de ausencia de enfermedad para construir el actual concepto de salud. Algunos, llegando más lejos identifican la percepción del bienestar con la utopía de la felicidad y otros, más pragmáticos, con la “calidad de vida”[7].

Este nuevo concepto, ambiguo y de difícil definición, se ha intentado describir utilizando diversos indicadores y recurriendo a aquellos índices que habitualmente se emplean para determinar el grado de calidad de vida como son los ingresos económicos de un sujeto, el grado de salud, las características de su empleo laboral, la calidad de la vivienda, las condiciones del entorno y el estado ambiental, etc. Con todos estos datos se ha intentado calificar una circunstancia con la que ahora se pretende identificar el bienestar social. Wilson, en su estudio sobre las variables y características personales vinculadas a la felicidad define a la persona feliz como a “una persona joven, saludable, con buena educación, bien remunerada, extrovertida, optimista, libre de preocupaciones, religiosa, casada, con una alta autoestima, una gran moral del trabajo, aspiraciones modestas, perteneciente a cualquier sexo y con una inteligencia de amplio alcance”[8].

Parece evidente, por tanto, la amplia distancia que se extiende entre la ausencia de enfermedad y el concepto de bienestar, especialmente porque este último se refiere a manifestaciones y dimensiones del hombre que no se agotan en los dominios biológicos o fisiológicos. Como advierte Veenhoven, la “calidad de vida” denota dos significados: por una parte, la presencia de condiciones consideradas necesarias para una buena vida y, por otra, la práctica del vivir bien como tal[9].

El segundo significado nos induce a considerar factores que, en alguna medida, dependen de la actuación o de la percepción que realiza el mismo individuo de las condiciones en que se desarrolla su vida. Y coincidiendo en esta apreciación, Lawton, empleando la noción de “buena vida” o “buen vivir” identifica los cuatro elementos que determinan la calidad de vida[10]:

– El bienestar psicológico, que incluiría la congruencia entre las expectativas y los objetivos alcanzados en la vida, un buen estado de ánimo y un nivel afectivo óptimo.

– La percepción de la calidad de vida, o satisfacción del sujeto consigo mismo, con la familia, las relaciones con los demás, el trabajo, el lugar donde reside, las actividades que realiza, etc..

– La competencia conductual se refiere a la capacidad funciona de una salud adecuada, al buen comportamiento social, a las funciones mentales, etc..

– En el medio ambiente objetivo se engloban todas las características del entorno donde se desarrolla la vida del sujeto[11].

Así pues, para Diener, por ejemplo, el bienestar subjetivo estaría compuesto por tres elementos característicos: su carácter subjetivo que descansa sobre la propia experiencia de la persona; su dimensión global, pues incluye una valoración o juicio de todos los aspectos de su vida; y la necesaria inclusión de medidas positivas, ya que su naturaleza va más allá de la mera ausencia de valores negativos[12].

Son numerosos los trabajos que relacionan el bienestar subjetivo con la salud subjetiva aunque ahora, aquí, no parece el momento más adecuado para exponerlos[13]. Sin embargo sí creemos pertinente retener esta relación como argumento suficiente para considerar la salud como algo más global que el viejo concepto sanitario.

En consecuencia, en el ámbito educativo de la educación formal, no formal e informal, y por tanto no sanitario, sería conveniente incorporar esta visión holística para, desde ella, identificar los objetivos y los recursos de intervención más adecuados. La relación de los aspectos lúdicos del ocio con la perspectiva holística del individuo, las posibilidades de autorrealización que permite el empleo del tiempo libre, la oportunidad de autopercepción que ofertan muchas de las actividades motrices, cualquiera que sea su naturaleza, o las ocasiones de información y transmisión de hábitos saludables aconsejan plantearnos esta nueva perspectiva al incorporar la salud a los fines de la educación física o al espacio profesional relacionado con el empleo del movimiento y la actividad física y deportiva.

  1. Actividad física y salud

No estamos seguros si esta actualización crítica del constructo “salud” ha sido incorporada al cuerpo doctrinal de las ciencias de la actividad física y del deporte o si en que medida esta renovación conceptual ha modificado los iniciales planteamientos de esta tendencia que pretende desarrollar un campo de actuación técnico y profesional alrededor de la justificación que proporciona el paradigma de la salud”. En cualquier caso, no parece cuestionable que, por idénticas razones a las expuestas, el empleo de la práctica físico-deportiva debería de superar los obsoletos esquemas que, prácticamente, reducían la utilidad de sus actividades a compensar los efectos perjudiciales del sedentarismo excesivo en las sociedades industrializadas.

En opinión de M.J. Manidi, la educación física es la única actividad, escolar o no escolar, que es susceptible de ejercer, a través del movimiento, una influencia directa sobre el alumno. Se inscribe en el marco de la educación para la salud, cuando su objetivo fundamental se refiere al desarrollo holístico del individuo, a través del cuerpo móvil y la actividad física. Siendo así, la obligada revisión conceptual debería partir de postulados radicalmente diferentes que le permita abandonar la perspectiva dualista y los fines exclusivamente somáticos y orgánicos y sustituirla por otra unitaria, global, psicosomática cuyos fines abarcarían objetivos más diversos pero que, sobre todo, exigirían unas técnicas y unos recursos metodológicos renovados.

La educación física moderna engloba al cuerpo real con las representaciones de la realización motriz del cuerpo físico del alumno, así como el cuerpo vivido e imaginario con la recuperación de su entidad psíquica y social. Esta educación física responde a la necesidad apremiante de reunificación del cuerpo fraccionado y a la preocupación por conseguir una excelencia deportiva extrema, para la cual se persigue un rendimiento físico cada vez más elevado. Será importante, en consecuencia, que la educación física, a través de la elaboración de unos contenidos didácticos orientados hacia objetivos de mejoría de la salud, integre:

– El aspecto psicológico de nuestra corporeidad

– El valor cultural

– El valor social

En resumen, su acción preventiva se situará en el desarrollo de la personalidad y de las capacidades de adaptación al entorno social y, por tanto, los objetivos pedagógicos, como ya propuso Bloom, deberían atender al ámbito cognitivo, al ámbito afectivo (intereses, actitudes, valores, juicio y adaptación) y al ámbito psicomotor[14].

Sólo cuando la planificación de la intervención se diseña desde estos parámetros es posible adaptarla al modelo de la “acción planificada” que desarrollaron Azjen y Madeen[15]. Según esta teoría, los individuos aceptan adoptar comportamientos preventivos cuando están convencidos de ser capaces de alcanzar el objetivo deseado (adelgazar, mejorar la condición física, etc.) y, al mismo tiempo, si evalúan positivamente el comportamiento que desean modificar (si adelgazo no sólo mejoro mi salud sino que, además, resultaré más atractivo).

La sensación de controlar suficientemente los factores externos e internos de los que depende la capacidad de alcanzar el objetivo buscado resulta vital para esta aproximación (seré capaz de seguir una dieta de adelgazamiento hasta el final, sean cuales sean las tentaciones que deba superar).

Pese a todas estas argumentaciones no podemos ignorar una de las principales motivaciones que orientan el acceso a las prácticas físicas relacionadas con la salud de un sector que, además de representativo, está definiendo una nueva versión del viejo gimnasio higiénico de hace ciento cincuenta años. La actual sobrevaloración que caracteriza lo que algunos consideran un neurótico culto al cuerpo afianza la difusión de prácticas físicas y metodologías muy concretas, posiblemente se integre también la base necesaria para que aumente la aparición de síndromes relacionados con disfunciones en la autopercepción de la imagen corporal y, en general, en unos procesos de dependencia que permanecen como consecuencia del efecto de distintos factores.

En muchos casos, la información o la comprensión que de los efectos saludables del ejercicio físico posee el practicante se fundamenta en creencias y valores relacionados con el cuerpo que no solo empobrecen su significación sino que, además, lo reducen a una exclusiva naturaleza orgánica desde cuya apariencia externa se proyecta socialmente el individuo. Es ya habitual oír como se justifican con idénticas razones procesos tan dispares como la práctica del “fitness”, la lipoescultura o la implantación de prótesis de silicona para modelar la forma del pecho femenino que se realizan por medios quirúrgicos. En todos los casos, el último argumento es la reivindicación radical del derecho, absolutamente subjetivo, a “sentirse bien con uno mismo”. Para concluir esta valoración subjetiva no sólo se utilizan criterios morfológicos sino que también, cada vez con más frecuencia, se empieza a identificar la noción de “bienestar” con aspectos que potencian, limitan o simplifican su significado hasta hacerlo depender, exclusivamente, de procesos de secreción de hormonas como, por ejemplo, la adrenalina o la endorfina.

La adición al ejercicio físico y a la asistencia al gimnasio cada vez se justifica más desde una percepción simplista del factor de bienestar que ya se empieza a identificar como la búsqueda, la dependencia y la necesidad de conseguir un “subidón” que a menudo se concreta en experimentar la presencia o alteración de determinados efectos de procedencia hormonal. Distintos estudios han podido comprobar que determinada forma de practicar la actividad física puede producir aumentos en los niveles de endorfina hasta siete veces superiores a los índices de normalidad. Esta nueva perspectiva, paradójicamente, ha inaugurado nuevas posibilidades de utilización del ejercicio como elemento de terapia psicológica, recobrando así su vieja condición de medicamento para un espectro que cada vez más amplio y de clara descripción psicosomática.

Actualmente, diversos estudios han iniciado el análisis de las consecuencias que puede acarrear la ejercitación de determinadas actividades físicas en función del tipo de ejercicio que requieren o de la frecuencia de su práctica y, como consecuencia, se interesan por los efectos que pueden producir no sólo en niveles orgánicos como puedan ser los relacionados con el sistema coronario o la capacidad del ejercicio físico para disminuir la secreción de adrenalina asociada al estrés. Investigadores como A. Bandura y otros científicos pertenecientes a la Universidad de Standford analizan el papel que la dimensión psicológica y especialmente a cuanto se refiere al papel que con relación a la percepción de situaciones de bienestar desempeñan las alteraciones de los niveles de endorfina ocasionadas por el ejercicio físico[16].

  1. Actitudes hacia la actividad física relacionada con la salud

Considerando las conclusiones de la “Teoría de la acción planificada” es inevitable tener en cuenta la importancia de la actitud del individuo cuando se enfrenta a la práctica físico-deportiva motivado por expectativas relacionadas con la salud. Si entendemos por actitud la “predisposición aprendida para responder de un modo favorable o desfavorable con respecto a un objetivo social dado” parece evidente el acierto de Ajzen cuando formuló la llamada “Teoría de la acción razonada” o planificada[17].

Esta teoría integra los aspectos cognitivos y afectivos de las actitudes en un modelo cuyo objetivo es explicar la “intención” que es considerada como el componente predictivo más inmediato de la conducta. Según este planteamiento, la conducta estaría determinada por la intención la cual, a su vez, estaría influenciada por los siguientes factores:

– La actitud (evaluación positiva o negativa de los resultados de dicha conducta)

– Una norma subjetiva (presión social percibida por el sujeto para realizar o no la conducta)

– Variables externas (factores psicológicos y sociales)

Si aplicamos esta teoría a la actividad física relacionada con la salud habría que considerar que para que una práctica física se convierta en un hábito deben producirse las siguientes circunstancias:

– Poseer suficiente y adecuada información sobre el tipo de actividad física que tiene relación con la salud.

– Acentuar las ventajas a corto plazo para aumentar la probabilidad de experiencias que produzcan satisfacción inmediata.

– Recomendar a las personas que elijan el tipo de actividad física que se crean dispuestos a realizar y hacer hincapié en objetivos que resulten atractivos y que se puedan alcanzar a corto plazo, más que en los que resulten distantes.

– Proporcionar recursos y oportunidades para que sea posible llevar a cabo la práctica que quieran en el tiempo y lugar que deseen.

En nuestro criterio, en gran parte, toda esta labor previa aun está por realizar en el ámbito de la actividad físico-deportiva. Es necesario olvidarse ya de conceptos obsoletos, vicarios o prestado, para inaugurar una perspectiva propia más acorde con la significación actual de la salud y, como consecuencia, abandonar viejas etiquetas, denominaciones convencionalmente correctas y pretendidamente prestigiosas, para que, si fuera preciso, identificar con nuevos términos objetos de estudio y de actuación originales pero, sobre todo, que estén adatados coherentemente a los intereses o posibilidades específicas y diferenciales de las ciencias de la motricidad y de la actividad físico-deportiva.

Esta necesaria adaptación no sólo ha de orientarse a justificar la presencia de la actividad física en los campos profesionales de las ciencias de la salud sino que, de manera prioritaria, ha de fundamentar el desarrollo, desde el uso del movimiento y de la actividad físico-deportiva, de una oferta de servicios a la sociedad acorde con la nueva significación que del “bienestar” y de la calidad de vida se propone en la actualidad.

Creemos en la conveniencia de proceder a una valoración reflexiva de las posibilidades que brindan estas nuevas perspectivas para concretar la presencia de la actividad física de manera renovada, para actualizar el tratamiento y utilización del movimiento o para definir una noción característica que permita identificar un sector laboral tan ambiguo como es el relacionado con la actividad física y dar respuesta a unas demandas perfectamente diferenciadas. Nosotros, a esta tarea, no podemos aportar un análisis que abarque a todos los campos de actuación posibles. Tampoco nos parece pertinente intentarlo puesto que el análisis colectivo que representa esta obra los aborda de manera diferenciada y con suficiente detenimiento. Sin embargo, a modo de ilustración o aplicación ejemplar de muchas de las afirmaciones que hemos expuesto, si nos detendremos en algunas de sus obligadas repercusiones que, de ser tenidas en cuenta, impondrían el inicio de revisiones conceptuales muy interesantes. De entre ellas, por su trascendencia, el grado de su divulgación o la importancia del campo de actividad emergente que representan y que se concretará en un futuro inmediato, creemos que puede resultar más apropiado detenernos en las que se refieren al ámbito educativo y al de la tercera edad. Cada una de ellas, aparentemente, parecen situarse en extremos opuestos del periplo evolutivo del hombre y, quizá por eso, faciliten una descripción más amplia del aspecto que estamos analizando.

  1. Educación Física y salud

No debe olvidarse que una actuación profesional, cualquiera que sea su ámbito, ha de concretarse en la puesta en práctica de un determinado método que se puede identificar con las actividades, los recursos, los materiales empleados, los objetivos que se persigan y los tipos de evaluación que se apliquen y, por consiguiente, su diseño, en primer lugar estará orientado por la elección de unos fines.

Al utilizar el concepto de educación física, semánticamente hablando, adjetivamos y singularizamos un aspecto de un proceso más amplio y genérico como es el de Educación razón por lo que cualquier definición de educación física, forzosamente, ha de partir de la previa aceptación de un determinado modelo de comprensión de los fines, de los medios y del mismo proceso educativo. Pedro Alonso Marañón propone una definición, intencional aunque difícilmente aséptica, que lo describirá estructuralmente desde parámetros comunicacionales[18]. Utilizando estas premisas podríamos destacar que:

– Educación es un concepto definido y real que, al cifrarlo conceptualmente, se hace referencia a una realidad existente que implica relaciones humanas y, por tanto, comunicativas.

– Como tal realidad mensurable, se ofrece el resultado de ciertas adquisiciones que podrían considerarse como parte del proceso de socialización.

– La educación se presenta como una necesidad antropológica que obedece a patrones axiológicos o de valor.

Por tanto, concluye este autor, cualquier evento educativo se podría identificar como “un proceso comunicativo con intencionalidad perfectiva”. La asepsia de la definición se justificaría con el término “intencional” que determina para el concepto un carácter propio y subjetivo solo cuando se pretenda llevar a la práctica. La evolución y el desarrollo del concepto de Educación ha inducido a distinguir distintos ámbitos o sistemas de concreción. A este respecto, habitualmente, se resaltan tres nociones fundamentales[19]:

Educación formal o sistema educativo institucionalizado, cronológicamente graduado y jerárquicamente estructurado que abarca desde la escuela primaria hasta la universidad.

Educación no formal designa a toda actividad educativa organizada y sistemáticamente realizada fuera de la estructura del sistema formal para impartir ciertos tipos de aprendizaje a determinados grupos de población, tanto adultos como jóvenes.

Educación informal o proceso que dura toda la vida, por el cual cada persona adquiere y acumula conocimientos, capacidades, actitudes y comprensión a través de las experiencias diarias y del contacto con su medio; esto es, en la casa, en el trabajo, divirtiéndose … la educación informal carece de organización y frecuentemente de sistema.

La referencia a la salud, a la higiene o a los hábitos de vida, ya sean considerados desde la perspectiva de la transmisión de valores o desde la práxis que permite adquirir aquellas capacidades y aptitudes que determinan o conservan un estado saludable, tienen cabida en cualquiera de los tres modelos de educación y, por lo que se refiere a la educación física, como hemos podido comprobar desde un punto de vista histórico, por ejemplo, en muchas ocasiones ha constituido uno de sus fines principales y la justificación de su presencia en el curriculum escolar o en diversos proyectos relacionados con la formación de la juventud.

Benilde Vázquez propone una definición de educación física que la describe como “la educación del hombre centrada en el cuerpo y su movimiento, y, a través de ellos, de los demás aspectos de la personalidad; educación basada en la unidad psicomotora y cuyo fin es conseguir un mejor conocimiento de sí mismo una adaptación más perfecta al entorno social”[20]. Plantea, al menos como punto de partida, una visón global que, por lo que a este trabajo supone, permite incluir la totalidad de los aspectos con los que hemos intentado completar la significación actual del concepto de salud. También el proceso de evolución que el concepto de educación física está experimentando en la actualidad, lejos de cristalizar definitivamente sigue sorprendiendo por su capacidad para generar una continua revisión crítica que modifica constantemente no solo su apariencia, sino que también en muchos casos, sustituye elementos que hasta entonces parecían fundamentales por otros como son los ambiguos términos de salud y hábitos higiénicos cada vez más frecuentes en su literatura[21].

El resultado de la revisión de los planteamientos propios de la educación física escolar desde el modelo propio del paradigma unitario exigen de ella una perspectiva global que algunos identifican con la psicomotricidad. Estos métodos psicomotores, que se estructuran desde concepciones monistas, aparecen en el ámbito educativo como una reacción frente a la educación física tradicional que, inicialmente, desde formulaciones dualistas, sólo se interesaba por la educación de un “cuerpo máquina”, de los aspectos orgánicos o de la dimensión somática. Como consecuencia, aquella primera formulación también determinaba la definición del concepto de salud que se establecía como fin de la educación física. Las nuevas propuestas curriculares, superada esta etapa inicial, deberían acoger un nuevo concepto de salud que, en nuestra opinión coincidiría con el que hemos expuesto anteriormente.

Por tanto, en nuestro criterio, creemos que los objetivos relacionados con la salud, también en el ámbito educativo, han de ser integrados dentro de una concepción funcional y estructural de carácter psicomotriz en donde se integren y se de respuesta a cuantas dimensiones es susceptible de integrar su propia definición. A este respecto, Le Boulch propone, como resultado de la intervención psicomotriz el aumento y estructuración de la “disponibilidad corporal” que Belbenoît y Guillermin habían definido como “ese dominio del cuerpo que favorece aprendizajes, aparentemente intelectuales, que hace que el niño se sienta bien dentro de su cuerpo y capaz de servirse eficazmente de él para realizar todas las tareas que se exijan”[22].

André Lapierre y Bernard Aucouturier[23], analizando la presencia del cuerpo en la escuela tradicional e, incluso, en la actual, concluyen la imposibilidad de que esta institución pueda servir para dar respuesta a las necesidades del hombre cuando su naturaleza y, por tanto, el objeto de la educación se ajustan a una concepción unitaria y global. Estos y otros muchos autores también consideran que el objetivo general de la Educación no puede ser otro que la formación del “Yo”. Para intentar la consecución de este objetivo el sistema educativo dispone una estrategia en la que la institución escolar se convierte en pieza fundamental.

Actualmente, en España, entre quienes parecen considerar la salud como un elemento fundamental del curriculum de la educación física escolar no parece que impere la visión globalista del concepto salud y no deja de ser paradójico que así sea. Históricamente, mientras que la educación física organiza su estructura conceptual desde paradigmas dualistas, ya fuera por su ineficacia técnica o por la instrumentalización política a la que fue sometida, justificó su presencia por su capacidad para transmitir valores de carácter ético, cívico o moral; más tarde, cuando sustituye este paradigma por otro unitario y global, parece abandonar cuanto la relaciona con la dimensión psíquica para colocar un mayor énfasis en el concepto orgánico de la salud.

La Ley de Ordenación General del Sistema Educativo (LOGSE), en 1990, incluye la salud como tema transversal y, por tanto, sujeto a distintas interpretaciones y desarrollos dependiendo del lugar o del área en que se realice. Junto a él aparece también el concepto de habito saludable cuya naturaleza es semejante a los viejos objetivos higienicistas del siglo XIX.

No nos detendremos aquí en analizar la repercusión y efectos de este tema en la estructura general del proyecto docente sino que solo intentaremos analizar, de manera detallada, su tratamiento más conveniente a través de la docencia específica correspondiente al área de Educación Física y Deportiva.

  1. Llamas Toledano intenta esbozar los aspectos definitorios de la salud con relación a la docencia de la educación física y, como consecuencia, identificar cuales deberían ser los “hábitos saludables” que debieran adquirir los alumnos a lo largo de su formación escolar. A este respecto, propone los siguientes contenidos[24]:

– Higiene corporal.

– Alimentación y nutrición.

– Educación postural.

– Actividad física-salud.

– Drogodependencias.

– Primeros auxilios.

No vamos a analizar cuales podrían ser en la actualidad los aspectos más pertinentes para cada una de las categorías puesto que la misma enumeración que propone este docente es suficientemente explícita en sí mima. Cualquiera que disponga de un mínimo conocimiento sobre la historia de la Gimnástica o de la Higiene escolar podrá comprobar que, en esencia, son escasas las diferencias entre esta propuesta y las que configuraban el concepto ilustrado de la crianza, la noción decimonónica de higiene escolar o los programas del modelo inicial de Gimnástica higiénica. En definitiva, siglo y medio después, a pesar del fracaso que representaría, no parece que la totalidad de los docentes de Educación Física hayan sido capaces de actualizar la vieja propuesta basada en un dualismo que imponía, exclusivamente, objetivos somáticos.

A estas alturas, ni siquiera la pretensión de disponer de una metodología eficaz, podría justificar una visión tan sesgada, parcial y simplificadora del concepto de salud o, si se quiere, de ignorar las nuevas nociones de “bienestar” o “calidad de vida”.

  1. Vejez y calidad de vida

De la tercera edad, lejos de ser entendida como un deterioro patológico o como una desgracia sobrevenida que es necesario evitar a toda costa, en la actualidad, se realiza una interpretación que considerándola una etapa evolutiva la describe con características, necesidades y procesos exclusivos y característicos que requieren un tratamiento específico. Sin embargo, todavía, desde aquellos sectores empeñados en identificar, exclusivamente, la salud con la ausencia de patologías orgánicas y, como consecuencia, con la máxima prolongación de la duración de la vida, se proponen remedios más encaminados a eludir la inevitable vejez que a favorecer una evolución hasta ella de manera armónica y conciliada con la aceptación de una realidad ineludible.

Cuando la vejez se identifica exclusivamente con aquellos síntomas, cualidades o disfunciones que acercan la muerte o que impiden el bienestar, la vitalidad o la capacidad de realización vital la reacción lógica, especialmente en una sociedad laica, será la de intentar eludir por todos los medios la legada de esta condición evolutiva.

Cuando el proyecto y la experiencia vital sólo se entiende de manera lineal, como ocurre en la sociedad occidental y, además, no se espera otra cosa al final de un trayecto despojado de toda trascendencia, es previsible que el individuo se sitúe de espaldas a una circunstancia que además de previsible aparece como imposible de eludir. Difícilmente se querrá asumir una situación tan nefasta en sí misma que impone la negación, la disolución y la extinción de la propia identidad a través de un espacio plagado de insatisfacciones, limitaciones y, a menudo, de sufrimiento. La calidad de vida se identifica con una etapa evolutiva artificiosamente definida que coincide y, forzosamente, ha de contener aquellos valores que la sociedad propugna como características imprescindibles para reconocer un estado de bienestar objetivo, convencional y alienante.

Esta permanencia neurótica en un estado permanente de pretendido “bienestar” solo es posible alcanzarla o mantenerla escondiendo, tras su apariencia, la realidad inexorable que impone el paso del tiempo. La oferta de rejuvenecimiento quirúrgico, estético o cosmético se empieza a ampliar a cuantas posibilidades prometen resultados positivos en una lucha contra el envejecimiento que antes de iniciarse ya se sabe que finalmente se perderá, que está perdida de antemano. La posible ampliación en algunos años más de la efímera estancia en esta vida no parece consolar lo suficiente a una sociedad que quiere ignorar el destino final que determina el cierto paso del tiempo y que, quizá por eso, se pretende ignorar ocultando sus “estragos” y consecuencias.

En la actividad física parece que también pueden encontrarse recursos eficaces para acudir a esta batalla y, sin duda, debemos felicitarnos por ello. Sin embargo, es necesario identificar convenientemente al enemigo para poder apuntar con precisión y utilizar las armas más eficaces y convenientes para el fin de esta empresa. Es necesario definir convenientemente una adecuada y fructífera relación entre la actividad física y la vejez a fin de que sus resultados faciliten y propicien la mejor adaptación a una nueva etapa que ha de ser considerada, en todo caso, como el resultado de una evolución y nunca como una circunstancia patológica.

Es necesario identificar los cambios que caracterizan esta etapa y, como consecuencia, que exigen una acción adaptativa. Podríamos resumir estos cambios más o menos inevitables en los siguientes dominios[25]:

– Cambios físicos: Estos cambios pueden entenderse desde dos planteamientos: el que se refiere a los cambios primarios (Teoría del envejecimiento programado) y el que se refiere a los cambios secundarios (Teoría del desgaste natural).

– Aspectos sociales: Debidos fundamentalmente a la inadecuación a un modelo de sociedad que:

. Valora la capacidad altamente competitiva: valor de raíz calvinista

. Valora la efectividad

. Que está masificada.

. Que presenta a la juventud como ideal de vida.

– Aspectos psicológicos:

. Cambios cognitivos: especialmente trascendentes son los relacionados con la memoria y la atención lo cual provoca al anciano dificultades en las tareas que exijan: un elevado nivel de atención, una estructuración y organización activa del material, una actitud mental flexible, en operaciones intelectuales que reclamen gran esfuerzo en el momento de la codificación y la recuperación de datos.

. Cambios de personalidad: a este respecto, Erickson destaca tres crisis:

  1. Autodefinición amplia del Yo versus preocupación por lo papeles laborales.
  2. Trascendencia del cuerpo versus preocupación por el cuerpo
  3. Trascendencia del ego versus preocupación por el ego (aceptación de la muerte).

Así pues, si no creemos pertinente o eficaz la negación de la vejez, deberíamos preguntarnos sobre cual debe ser el concepto de un envejecimiento satisfactorio. Aceptando, también, el grado de subjetividad que, para la autopercepción de cada anciano, esta noción lleva implícito o el potencial con que puede hacer frente a la elaboración de este constructo, podremos presumir un envejecimiento satisfactorio en la medida en que satisfaga tres necesidades fundamentales: Autonomía, Competencia y Relación o Conexión afectiva.

  1. Mc. Donald afirma que para definir el concepto de calidad de vida en la tercera edad debería recurrirse a la utilización de cinco categorías generales[26]:

– Bienestar físico: refiriéndose a la comodidad en términos materiales, de higiene, salud y seguridad.

– Relaciones interpersonales: con referencia a las relaciones familiares y el grado de integración social del sujeto.

Desarrollo personal: que incluiría del desarrollo de todas las dimensiones del individuo: intelectual, autoexpresión, actividad lucrativa y autoconciencia.

Actividades recreativas: necesarias para mantener la socialización y buscar una recreación pasiva y activa.

– Actividades espirituales.

En una línea argumental muy parecida, Ward, Sherman y Lagory, en 1984, realizaron un estudio y descubrieron que el bienestar subjetivo de los ancianos se relaciona directamente con la calidad de las redes sociales y, especialmente, con la calidad de los vínculos sociales establecidos con los hijos, familiares y amigos[27]. Aragó completa este punto de vista proponiendo tres teorías que podrían explicar las distintas dinámicas que con respecto a la adaptación y ajuste personal de la vejez suelen producirse[28]:

– Teoría de la desvinculación: retirada del sujeto hacia su propio interior y desvinculación de la actividad y participación social.

– Teoría de la actividad: la circunstancia laboral y la pérdida de actividad como problema principal.

– Teoría de la autoderterminación: Ryan y Deci, en el año 2000, plantean la existencia de necesidades básicas que se deben satisfacer a lo largo de la vida para poder experimentar bienestar, integridad y crecimiento adecuado (autonomía, competencia y conexión afectiva).

5.1. El ocio en la tercera edad

En una sociedad de marcado carácter utilitario y materialista, en muchos casos, la finalización del periodo productivo o laboral de un sujeto, como ocurre habitualmente en la tercera edad, puede suponer un vacío del que es imposible extraer cualquier elemento necesario para mantener un mínimo grado de autoestima. Esta situación tan insatisfactoria aun puede agravarse más como resultado de la confluencia de otros factores y circunstancias propias de esta etapa como es la previsible disolución del contexto afectivo como consecuencia de la autonomía de los hijos, de la desaparición del cónyuge o por ambos acontecimientos, la disminución del poder adquisitivo, el deterioro de la imagen corporal y de las disponibilidad conductual, la aparición de discapacidades o enfermedades que mermen la autonomía del sujeto y aumenten su dependencia a instituciones asistenciales, la recomposición de un paisaje de relaciones afectivas y sociales en un contexto institucional específico, y a menudo marginador, que se deberán basar en planteamientos novedosos donde no domina los criterios de prestigio o de valoración ni es conoce adecuadamente las referencias relacionales necesarias para abordar con eficiencia una conducta social satisfactoria.

De Castro también identifica el periodo vital de la tercera edad como el tiempo del ocio[29]. Quizás por eso, en su opinión, el ocio en la tercera edad requiera ser reconceptualizado. Como afirma Aguirre, “es un bien tan escaso y precioso el tiempo vital para un jubilado que es una grave irresponsabilidad dedicarlo a <matar el tiempo> en un ocio que se asemeja a la tranquilidad de los cementerios …, la vejez necesita una redefinición de su cultura del ocio y la potenciación de su interrelación social”[30]. Por razones semejantes, Fernández-Ballesteros otorga al ocio un destacado papel entre los factores que inciden en la calidad del vida de los individuos de la tercera edad[31].

Desde un punto de vista funcional, Narciso Sáez Narro propone un modelo de interpretación del ocio en los sujetos mayores que denomina “Modelo integrativo” porque estaría compuesto de diversas variables que considera que son prescriptores o factores desencadenantes de esta conducta. Entre ellos distingue dos tipos principales: unos factores disposicionales y otros factores moduladores. Entre ambos tipos clasifica el resto de las variables que intervienen en la tipificación que, en cada caso, caracteriza la conducta de los sujetos de la tercera edad en el tiempo de ocio o con animo de recreación[32]:

– Factores disposicionales:

. Factores constitucionales:

– Convergentes:

.. edad

.. sexo

Adquiridos:

.. Percepción del estado de salud

.. Estado de salud real

. Factores socioculturales:

.. Estado civil

.. Nivel de estudios

.. La presencia de hijos

.. Profesión

.. Hábitat:

– Rural

– Urbano

.. Nivel de ingresos.

– Factores moduladores:

  . Factores ambientales

. Factores personales:

– Estructura de las relaciones sociales

– Actitudes:

.. Suceso evolutivo de la jubilación

.. Autopercepción

.. Actitud ante el ocio

– Integración social:

.. Satisfacción de las relaciones humanas

.. Satisfacción con las relaciones humanas

. Elementos y condiciones facilitadoras:

– Economía

– Apoyo institucional

– Medios de comunicación.

5.2. Actividad física y tercera edad

De acuerdo con las expectativas de esperanza de vida de los países desarrollados, actualmente, se considera que la madurez y la senectud ocupan un 30% del ciclo vital. Este envejecimiento de la población ya es un fenómeno común a todas las sociedades postindustriales. En Comunidad Europea se prevé que:

– Entre el 18 y el 23 % de la población, con una clara tendencia a incrementar, lo ocupa el sector de la tercera edad.

– Durante el primer cuarto del s. XXI, la población de la tercera edad se incrementará, desde los 50 millones, hasta alcanzar los 85 millones en el año 2020.

– En el año 2020, entre 17 y 22 millones de personas tendrán más de 85 años.

– En España, en el año 2000, el 40% de la población tiene una edad superior a 60 años.

Como ya hemos tratado con anterioridad, es necesario abordar una revisión crítica de cuantos postulados nos servían hasta ahora para conceptualizar la tercera edad y, aun más, en aquellos aspectos que se refieren a su condición psicomotriz. Habiendo perdido ya mucha vigencia la mayoría de los parámetros que organizaron la vida como adultos (trabajo, cuidado de la familia, adquisición de una posición social, etc.) en esta etapa la percepción de la calidad de vida se circunscribe especialmente a otros factores directamente relacionados con la autopercepción y la autoestima actual. Todos estos criterios, las necesidades propias de la tercera edad e, incluso, una gran mayoría de las capacidades necesarias para desarrollar dinámicas adaptativas eficaces están condicionadas por lo corporal. Por tanto, admitida la importancia de la dimensión psicomotriz en esta etapa, Carmen Fontecha propone cuatro pilares sobre los que debería apoyarse cualquier programa de intervención en la tercera edad[33]:

– Reconocerla como fenómeno social en ascenso.

– Considerarla como una etapa natural del proceso vital.

– Disminuir las distancias generacionales en eliminando tópicos y perjuicios.

– Asumir responsabilidades en cuanto a la capacitación profesional.

Más específicamente, para diseñar una programación de actividades debemos tener en cuenta determinados principios metodológicos y algunos criterios específicamente dirigidos a la actividad motriz en esta etapa evolutiva[34]:

– Respetar la heterogeneidad de los grupos y, por tanto, prever la viabilidad de elaboración de una respuesta motriz adecuada a la realidad corporal de todos los alumnos.

– Tener en cuenta la falta de tradición deportiva que actualmente sufren los integrantes de esta etapa vital.

– Tener en cuenta la progresiva pérdida de identificación de la imagen corporal.

– Los objetivos del plan deben responder a las necesidades y motivaciones de las personas a las cuales va dirigido prevaleciendo la vivencia corporal sobre el rendimiento.

– Proporcionar un tratamiento global a todos objetivos del plan: biológicos, psicomotrices, psicológicos y sociales.

– Permitir que cada participante escoja los medios y la manera de desarrollar cualquier situación o tarea facilitándole la exploración del máximo de posibilidades

– Motivar adecuadamente, en función de los intereses y necesidades propios de esta etapa evolutiva, para conseguir una buena dinámica de grupos.

– La actividad a desarrollar debe ser coherente con las actividades propuestas manteniendo una continuidad y progresión dentro del programa.

– La evaluación es la herramienta fundamental que debe utilizarse para llevar a cabo el seguimiento y la idoneidad de cualquier programa.

La globalidad recomendable para diseñar cualquier programa de intervención en la tercera edad impone una interacción entre todas las variables que intervienen. Como ya hemos visto, el apoyo social se constituye en el principal factor para determinar el nivel de bienestar por lo que debe extrañar que su percepción afecte a la mayoría de los demás factores. Por esa razón parece interesante que, para finalizar, consideremos, aunque sólo sea brevemente, la repercusión de la práctica físico-deportiva sobre el apoyo social de las personas mayores.

Pese a los numerosos estudios que se han realizado sobre la repercusión del ejercicio físico en la tercera edad, al menos en España, casi todos se han interesado por los efectos producidos en la salud física de las personas mayores y muy pocos sobre la repercusión psicológica que estas prácticas generan. No obstante, estudios como el realizado por Cousins indican que es la provisión de apoyo social lo que lleva a una buena parte de las personas mayores a tomar parte en las actividades deportivas[35]. El entorno generado alrededor de estas prácticas facilita los contactos sociales y la creación de vínculos afectivos. Así, de acuerdo con el modelo funcional de Weis, podríamos identificar como principal motivación del anciano para asumir prácticas de ejercitación física, el axioma que postula que las personas mayores necesitan del contacto con sus iguales y del reconocimiento por parte de estos de sus capacidades y habilidades[36].

5.3. Actividad física, tercera edad y salud

Para concretar este aspecto y resumir muchas de las cuestiones que aquí hemos tratado de analizar deberíamos aclarar, previamente, tres conceptos básicos: que entendemos por actividad física, con que características identificamos a la tercera edad y desde que parámetros definiremos la noción de salud.

A lo largo de los epígrafes anteriores hemos ido definiendo como debería entenderse el concepto de salud, la actividad física y también cual era el concepto que de la tercera edad adoptaríamos nosotros. Ahora, sirva como criterio genérico que, en todo caso, la noción de salud a la que nos referiremos en nuestro planeamiento, siempre estará definida de manera holística y, como consecuencia, la consideraremos el resultado de la armonía y del equilibrio de todas las dimensiones del individuo: biológica, psicológica, psicomotriz, social, etc.

Sin embargo, actualmente, la mayoría de los programas que se están desarrollando referidos especialmente a esta edad, aluden a un concepto de salud muy relacionado con la enfermedad orgánica, a su prevención o a paliar los efectos de las patologías ya existentes. Jean Deboise, por ejemplo, propone un plan de activación física claramente ajustado a estos criterios. En su opinión, el primer paso que ha de plantearse es la necesidad de convencer al anciano de la utilidad de la prevención mediante el ejercicio físico y, como consecuencia, desvelar los dos tópicos falsos que habitualmente residen en su mente[37]:

– Están persuadidos de que lo normal en la vejez es sufrir enfermedades o incapacidades.

– La creencia errónea que sostiene que es bueno para la salud descansar y no hacer nada después de la jubilación.

Por tanto, dice Debois, se ha de empezar por demostrar que estas ideas son erróneas y que es posible envejecer bien siempre que se adopten voluntariamente comportamientos favorables entre los que el ejercicio físico es un medio privilegiado para mantener la buena forma y la buena salud. Pero, en cualquier caso, recomienda que la actividad física que se practique sea “adaptada” a las posibilidades de cada participante para lo cual deberán tenerse en cuenta los siguientes criterios: edad, posibilidades físicas de cada uno y enfermedades o accidentes sufridos con anterioridad.

[1] Munné, Antonio: El amanecer del cuerpo, Barcelona, Ed. Paidós, 1996.

[2] Rodríguez, Josep A. y Miguel, Jesús M. de: Salud y poder, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas (C.I.S.). Siglo XXI Ed., 1990, p. 1.

[3] Mayor información sobre esta propuesta puede encontrarse en: http: //www.drweil.com

[4] Illich, Ivan: Némesis médica, Barcelona, Ed. Barral, 1975.

[5] El Gasto nacional empleado en materia de salud dentro del PIB (en porcentaje) puede consultarse en Manidi, M.J. y Dafflon-Arvanitou, I.: Actividad física y salud, Barcelona, Masson, 2002, p. 87.

[6] Manidi, Marie-José y Dafflon-Arvanitou, Iréne: op. cit., p. 48.

[7] García Martín, Miguel Ángel: “Desde el concepto de felicidad al abordaje de las variables implicadas en el bienestar subjetivo: un análisis conceptual”, Lecturas: EF y Deportes, nº 48, (mayo, 2002).

[8] Wilson, W.: “Correlates of avowed happiness”, Psychological Bulletin, nº 67, (1967), p. 294.

[9] Veenhoven, R.: “El estudio de la satisfacción con la vida”, Intervención Psicosocial, nº 3, (1994), pp. 87-116.

[10] Cfr., Freedman, Rita: Amar nuestro cuerpo, Barcelona, Ed. Paidós, 1991

[11] Lawton, M.P.: “The varieties of well-being”, Experimental Aging Research, nº 9, (1983), 65-72.

[12] Diener, E.: “El bienestar subjetivo”, Intervención Psicosocial, nº 3, (1994), 67-113.

[13] Rodin, Judith: Las trampas del cuerpo, Barcelona, Ed. Paidós, 1993.

[14] Bloom, Benjamín S.: Taxonomía de los objetivos de la educación, Alcoy, C. Exm. ETU, 1975.

[15] Citado por Manidi, Marie-José y Dafflon-Arvanitou, Iréne: Actividad física y salud, Barcelona, Masson, 2002, p. 67.

[16] Yeung, Rob: “Adictos al gimnasio”, El Mundo. Salud y Medicina, nº 227, (19-XII-1996), pp. S. 1-3.

[17] Pérez Samaniego, Víctor: Actividad física, salud y actitudes, Valencia, Ed. Edetania, 2000, p. 76.

[18] Cfr., Apuntes de Teoría e Historia de la Educación Física. Curso de Postgrado de especialización en Educación Física para Maestros, Universidad de Alcalá, (sin publicar).

[19] Sanz Fernández, Florentino: Apuntes del curso de doctorado: La educación informal, UNED, 1991.

[20] Vázquez, Benilde: Educación Física en la Educación básica, Madrid, Gymnos ed., 1989.

[21] Vizuete Carrizosa, Manuel: Bases teóricas de la Educación Física, en … Castejón Oliva, Francisco (coord.): Manual del Maestro Especialista en Educación Física, Madrid, Ed. Pila Teleña, 1997, pp. 33 y ss.

[22] Belbenoît, J. y Guillermin, G: L’Education, nº 93, (18,II, 1971), p. 10. Citado por Denis, Daniel: El cuerpo enseñado, Barcelona, Ed. Paidós, 2000, p. 43.

[23] Lapierre, A. y Aucouturier, B.: El cuerpo y el inconsciente en Educación y Terapia, Barcelona, ED. Científico Médica, 1980.

[24] Llamas Toledano, Josué: “La educación física, un referente imprescindible para la práctica de hábitos de salud escolar”, Tandem. Didáctica de la Educación Física, nº 14, (enero, 2004), pp. 107-117.

[25] González Torres, Mª. Carmen: Cambios en la vejez y calidad de vida, en … Orduña, Gabriela y Naval, Concepción (edts.): Gerontología educativa, Barcelona Ed. Ariel educación, 2001, p. 59 y ss.

[26] Citado por Los Santos, Silvia Fernanda: “La recreación en la tercera edad”, Lecturas: EF y Deportes, nº 45, (2002).

[27] Citado por Rice, Phillip F.: Desarrollo humano. Estudio del ciclo vital, Bogotá, Ed. Prentice-Hall hispanoamericana, 1997, p. 443.

[28] Aragó, 1988. Citado por González Torres, Mª. Carmen: Cambios en la vejez y calidad de vida, en … Orduña, Gabriela y Naval, Concepción (edts.): Gerontología educativa, Barcelona Ed. Ariel educación, 2001, p.59 y ss.

[29] Castro, A. de: La tercera edad tiempo de ocio y cultura, Madrid, Narcea, 1990.

[30] Aguirre, A.: “El ocio como cultura de la vejez: hacia una gerontología social”, Papeles del Psicólogo, nº 54, (1992), pp. 35-38.

[31] Fernández-Ballesteros, R.: Calidad de vida en la vejez en los distintos contextos, Madrid, Instituto Nacional de Servicios Sociales, 1996.

[32] Sáez Narro, Narciso (dir.) y otros: Actividad y ocio en tercera edad. Un modelo de estudio, Valencia, Promolibro, 1998, p. 29.

[33] Actividad física y salud en la tercera edad. II Conferencia Internacional AGREPA (6/10 de septiembre de 1995), Madrid, Instituto Nacional de Servicios Sociales, 1996, p. 148.

[34] Los Santos, Silvia Fernanda: “La recreación en la tercera edad”, Lecturas: EF y Deportes, nº 45, (2002).

[35] Cousins, C.O.: “Social support for exercise among elderly womwn in Canada”, Healt Promotion International, nº 10, (1995), pp. 273-282.

[36] García Martín, Miguel Ángel: “Beneficios del apoyo social durante el envejecimiento: efectos protectores de la actividad y el deporte”, Lecturas: EF y Deportes, nº 51, (agosto, 2002).

[37] Deboise, Jean: Las asociaciones de personas mayores: su papel en la educación a favor de la salud, en … Actividad física y salud en la tercera edad. II Conferencia Internacional AGREPA (6/10 de septiembre de 1995), Madrid, Instituto Nacional de Servicios Sociales, 1996, p. 35.

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